Alejandro Gómez está comprometido con usar la tecnología para democratizar el acceso a la información, priorizar el desarrollo e impactar positivamente. Ingeniero en Ciencia de la Computación y Tecnologías de la Información en la Universidad del Valle de Guatemala, pendiente de graduación. Su pasión más grande es la música, y el piano, su instrumento. 
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La presencia de las redes sociales en la vida cotidiana se ha vuelto tan natural que, a veces, olvidamos el alcance real que pueden tener para moldear el destino de países enteros. Durante el período electoral de 2023, fuimos testigos del poder de estas plataformas en la política, ejemplificado por la victoria del partido oficialista Movimiento Semilla, atribuida a un buen manejo de redes sociales y de una estrategia eficaz.

Sin embargo, no todos los candidatos gozaron de los mismos resultados con sus proyectos, a pesar de su popularidad en redes sociales; de ahí surge una pregunta esencial: ¿dónde termina la democratización de las redes y dónde empieza su capacidad de influir en la estructura de poder?

Lo cierto es que el rol de la tecnología va mucho más allá de una simple lucha electoral; se ha convertido en un factor que potencialmente redefine la dinámica social y geopolítica. En un mundo donde las redes moldean nuestra percepción, la verdadera batalla no está en la tecnología, sino en quién define sus reglas. Un ejemplo claro es la inminente prohibición de TikTok en Estados Unidos, argumentando motivos de seguridad nacional. Cabe destacar que ha surgido una migración de usuarios hacia RedNote (Xiaohongshu), una plataforma china similar a Instagram, como respuesta. Esto demuestra cómo los usuarios buscan alternativas libres de restricciones. Este fenómeno se complementa con el caso de X (antes Twitter), que ha pasado de ser un espacio de debate e ideas a una herramienta propagandística, impulsando agendas de ultraderecha según los intereses de su propietario. Estas situaciones evidencian el peligro de dejar la información y comunicación en manos de intereses corporativos.

Así mismo, es importante observar el actuar de las grandes empresas tecnológicas. Aprovechando el uso de la IA, ya se están probando sistemas de anuncios ultrasegmentados, alimentados por nuestros gustos y, lo más preocupante, nuestra identidad. En este “capitalismo de vigilancia,” la materia prima somos todos y todas, y nuestros datos se convierten en el producto más codiciado del mercado publicitario.

Es aquí donde el tan llamado “algoritmo” se queda corto. En realidad, hablamos de sistemas de recomendación avanzados y modelos predictivos que nos moldean. Lo que vemos, lo que pensamos y, eventualmente, lo que somos. El riesgo de este entorno es evidente: los modelos de negocio capitalistas, centrados en maximizar beneficios, generan disparidades y propician dinámicas de manipulación. Sin embargo, hay que hacer la distinción: no hay que temer a la inteligencia artificial, sino al uso incorrecto para vigilar y explotar nuestro comportamiento digital con fines de lucro y control.

La juventud, en particular quienes tienen acceso pleno a las plataformas digitales, tienen la responsabilidad de saber emplear estas plataformas tanto para el entretenimiento como para el activismo y la construcción de una identidad social. Pero esa fuerza también puede diluirse en tanto contenido generado día a día. A pesar de todo, no hay que perder la esperanza. La tecnología ofrece numerosas posibilidades para fortalecer la participación ciudadana, potenciar el diálogo intercultural y, en última instancia, forjar un futuro más inclusivo.

El verdadero desafío consiste en exigir marcos éticos y políticos que velen por la autonomía de las personas y protejan la democracia. Se trata de reconfigurar la tecnología para que el bien común prevalezca por encima de los intereses de mercado. Solo así podremos conservar nuestros valores humanos y no convertirnos en simples mercancías a merced de las empresas.

Jóvenes por la Transparencia

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