A mediados del siglo pasado, los llamados “tigres asiáticos” tenían niveles de vida muy parecidos a los de Guatemala en ese entonces. Eran países “pobres”. De repente rugieron los tigres y sorprendieron al mundo con sus increíbles zarpazos. De esa forma Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur desarrollaron grandes economías que se ubican entre las primeras 20 del mundo. ¿Qué pasó? ¿Por qué nosotros nos quedamos estancados? Habrá muchas explicaciones, análisis, propuestas, etc. pero al final no podemos evadir la explicación básica: que se pusieron a trabajar de manera productiva, de manera libre, eficiente, armónica, de tal manera que el producto de ese sudor redunde en beneficio de toda la población.
Entonces ¿qué necesitamos en Guatemala para ser productivos? No aplica la excusa de que hemos sufrido una guerra interna. Corea del Sur fue invadida por Japón en 1910, luego vino la 2ª Guerra Mundial, la Guerra de Corea, pero logró levantarse. Taiwán, a pesar de la constante zozobra de caer en las mandíbulas del gran dragón, sigue siendo uno de los tres grandes exportadores de computadoras y aplicaciones eléctricas. El estatuto de Hong Kong ha cambiado y con su incorporación plena a China se asimilará a esa economía. Y Singapur no ha sido más que una diminuta isla pantanosa, sin recursos naturales pero que gracias al ingenio y a un certero sistema jurídico se perfila como uno de los más grandes centros de comercio mundial.
Es cierto que esos países tuvieron el decidido respaldo de Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría, para probar que el sistema capitalista es superior a los formatos socialistas y comunistas. Esa afirmación es válida y nada impide que aquí se aplique el mismo concepto. De hecho “los gringos” querían imponerla en estos países bananeros (aunque con algunos condicionantes). Entonces ¿dónde está la clave del desarrollo? Son varios los elementos que convergen en esta ecuación pero en ella no se incluyen leyes “bien intencionadas” pero poco prácticas. Para empezar, en esos países, impusieron el buen manejo de los dineros públicos en dos sentidos: a) erradicar la corrupción; y b) manejarlos con eficiencia. La corrupción es el cáncer que destruye todas las iniciativas de país. Es como el óxido que carcome cualquier estructura de metal. Casi todos procuran puestos públicos para enriquecerse, no para beneficio del país. La mayoría de los políticos pugnan, se afanan y hasta matan, por llegar al poder. Marginan a la gente más capaz que prefiere hacerse a un lado; el camino queda libre para hacerse de la cosa pública. Succionan la sangre, sustraen la savia, que debe impulsar buenos proyectos comunitarios. Para mantener a raya a la corrupción se necesita un sistema jurídico confiable, imparcial, independiente, con unos jueces probos, conocedores y responsables de sus funciones. La certeza del castigo para los pícaros (en China imponen la pena de muerte en muchos casos de corrupción). Sin este primer cimiento de nada sirve seguir planificando las demás paredes.
Pero no se trata solamente de que los gobernantes no sean ladrones; también deben ser eficientes. ¿Acaso las empresas no priorizan la escogencia de buenos gerentes? De nada sirve un ministro honrado pero menso. Un fondo de capitales no se va a confiar a ineptos o aprendices. El dinero es escurridizo y solo los conocedores de cada rama lo pueden canalizar por las vías de mejor rendimiento.
Mas no basta con pedir cordura y responsabilidad a los gobernantes. Los ciudadanos también debemos cumplir con las normas. ¿Quién detiene su vehículo frente a los “pasos de cebra”? ¿Quién pide siempre su factura en cada compra? (Continuará).