El hombre fue una criatura, en tanto estuvo inmerso en la evolución de las especies de donde por un error, casualidad o fortuitas relaciones, derivó y resulto un ente inteligente. Pero (más tarde) resulta a veces (y ya no en el contexto de la Historia) un creador no tanto de cosas (eso es secundario) cuanto de sí mismo.
Sin entrar a hablar de excepciones aberradas (por genética o por contaminación del medio) la mayoría recibimos como regalo principal y prístino de la vida, la vital “Voluntad de Poder” de la que hablaba Nietzsche. No obstante, unos la fomentan (los que serán escultores de sí mismos). Mientras otros la rechazan e ingresan “desparpajadamente” al acomodaticio rebaño donde asumirán los sitios de confortables, ociosas y opulentas criaturas. Que no significa que serán criminales (pueden ser incluso honorables personas o gente de bien) pero jamás obtendrán la categoría de creadores. La principal virtud para ser creador (arquitecto de sí mismo y por ende de la Historia) radica en la capacidad para vencerse a sí mismo. Filogenética y ontogenéticamente. Es decir, vencer nuestras pasiones personales y las que heredamos de la especie. Porque si no las derrotamos ellas comerán nuestro yo.
“Voluntad de Poder” significa capacidad para el combate: ser guerreros de nosotros mismos. No dejar que el enemigo pasional y el lobo que aúlla ¡en nosotros!, venza. Nos devore, castre las voliciones de infinito que llevamos y logre dar con nuestro rostro en tierra.
La “Voluntad de Poder” se cultiva siendo lo más tremendamente individualistas que podamos. Esto es, poniendo en duda en el filosofar todo cuanto el grupo ha creído siempre y ha dado por seguro y genuino. Para crear Historia nos tenemos que salir de la vieja historia y sus fueros. Derribar ídolos y negar el pasado para crear el futuro. ¡Ese es el filosofar!
Obviamente esto no es fácil. Lo logran sólo quienes abonan y riegan su “Voluntad de Poder”. Los que son orgullosos y soberbios. Los que no se rinden a los designios de la masa opulenta o hambruna. Los Voltaire, los Diderot o los Marat aunque se encuentren a su Carlota Corday. No importa. Ya Marat había hecho lo suyo y dejado su huella.
La “Voluntad de Poder” (hasta el punto en que ha caminado la Historia, esto es hasta nuestro hoy) es patrimonio de pocos. Y estos pocos son los que de cuando en cuando han hecho rodar unos centímetros al mundo. Nietzsche deseaba esto en relación con la Cultura. Impulsaba la “Voluntad de Poder” pero como patrimonio de todos. Como democrático acceso para todos porque en esto veía no solo la posibilidad de un mundo mejor, la posibilidad del mejor de los mundos, sino además el camino hacia una mutación tan importante como la ocurrida entre el simio y el hombre. De otro modo y sólo con esporádicas muestras de muy pocos germinares de “Voluntad de Poder”, el rodar del planeta asume más bien la modalidad del tránsito del cangrejo.
El auténtico individuo es “Voluntad de Poder” porque ella es el catalizador para la erección de la Historia cuyo tuétano es el filosofar.
Algunos pensadores analizan la condición humana en la intimidad del “yo”, sus conflictos y sus aberraciones, y también –un poco- en su relación con los “otros”: la mezquindad de este enfrentamiento, su pobreza y el sadomasoquismo que siempre enturbia las relaciones del hombre frente al hombre. Pero sobre todo valoran estos pensadores los juicios (pensamientos de ese yo con lo que anhela) y sus expectativas sobre la vida.