El hombre, como ser social, cultural e histórico, se somete en cualquier momento a dos mandatos: relacionarse con sus semejantes y con su ambiente. En ambos casos, lucha por dominar, aunque también tiene el deber respetar y cuidar, para que con los demás humanos y los otros seres vivos, puedan aprovechar en armonía. El desarrollo de la ciencia, las religiones, el arte, la técnica y la ciencia, son invenciones humanas encaminadas a este fin. Las leyes y normas que rigen el comportamiento humano existen para que la acción individual y social no se desboque y, en un atropellado actuar, contraríe el necesario equilibrio que ha de garantizar la supervivencia de todo cuanto existe y su evolución. Esta es la base teórica fijada tanto por la evolución de la vida como de la humanidad, y la norma que garantiza que se mantenga el equilibrio en la naturaleza y la sociedad.
Para lograr ese equilibrio, el hombre, independiente de lo científico, lo técnico y lo artístico, del actuar predeterminado de individuo e individuos, ha creado la norma ética. Alguien desde hace mucho dijo respecto a la norma ética, que en esta “el poder ser tiene el requisito del debe ser”. Y aquí estriba la tragedia de sociedades como la nuestra: todos exigimos el poder ser, pocos cumplimos bien el deber ser y con ello, la ética cojea y cualquier organización social desde los organismos e instituciones de Estado, hasta los privados, pueden desbordar los límites de lo que conviene al bienestar de todos en el espacio–tiempo de una Nación. Este es nuestro gran problema, origen de todos los demás. Y si no me cree, lea la prensa, escuche la radio, vea los noticieros, chatee, y se encontrará con que la violación a poder y deber ser, es decir, a la ética, es una constante que se infringe desde la aldea más remota hasta los altos organismos de Estado.
¿Cuál es el resultado de esos incumplimientos? Los beneficios del saber y actuar humano, del trabajo humano, del conocimiento, no han sido distribuidos en forma equitativa, y no nos engañemos, ni siquiera entre las naciones ricas. Vivimos en un mundo de desigualdad y diversidad. Esto va acompañado de un aumento de las manifestaciones de diversos prejuicios y temores en la conciencia de las gentes, incluida la xenofobia, una cultura que conduce a la vulneración de los derechos humanos, la discriminación y las formas conexas de intolerancia. En todo ello, el poder ser y deber ser suele encontrarse incumplido por Estado y la población, y su consecuencia en nuestro caso, es que la mitad de los guatemaltecos no tienen acceso a sus derechos.
Seamos claros entonces: un mal cumplimiento de la ética, ha generado que la brecha entre ricos y pobres sea cada vez mayor en todo el mundo: Al comienzo de este siglo, la diferencia del ingreso per cápita, por ejemplo entre Suiza y Mozambique era de 400 a 1. Hace más o menos 250 años esa brecha entre los más ricos y los más pobres era tal vez, de 5 a 1, y apenas de 1.5 o 2 a 1, entre Europa Central y la China, o la India. Esa pobreza tiene y proviene de desigualdades como las que se marcan en salud, educación y economía entre ricos y pobres, la cual se asocia con el deterioro del medio ambiente, que convierte el problema en uno solo “porque la riqueza supone no sólo el consumo sino también residuos; no sólo la producción, también la destrucción. Esos residuos y esa destrucción son gran amenaza en el espacio donde vivimos y nos movemos”.
El hombre pasa toda su existencia tratando de entender el mundo que lo rodea; el ciudadano de a pie emplea el sentido común, con su legado cultural y experiencias, mientras el científico llega al conocimiento mediante una actividad metódica sometida al ensayo y a la crítica constantes. Ambos deben actuar dentro de un marco ético, el cual debe regirse por un principio universal: ninguna intención ni ningún acto, por más legítimos y genuinos que sean, puede justificar la violación de normas constitucionales y legales ni la desnaturalización de funciones públicas. La construcción del sistema de relaciones socioeconómicas, étnicas, culturales y políticas de la sociedad guatemalteca, no será posible en un poder ser y un deber simultáneos, tanto por parte del Estado como de la sociedad.