En las relaciones internacionales, los conceptos de «juego de suma cero» y «juego gana-gana» han sido fundamentales para entender las dinámicas entre los Estados a lo largo de la historia moderna. Desde los inicios de la expansión colonial en los siglos XV y XVI hasta la globalización contemporánea, estas estrategias han influido en la forma en que las naciones negocian, cooperan y compiten.

Los juegos de suma cero describen situaciones en las que el beneficio de una parte implica la pérdida equivalente de la otra. Este paradigma ha dominado gran parte de la historia internacional, especialmente durante los siglos XIX y XX. En la era del imperialismo, por ejemplo, las potencias europeas lucharon por dividir el mundo en esferas de influencia. El reparto de África en la Conferencia de Berlín (1884-1885) ejemplifica esta lógica: cada ganancia territorial de una potencia colonial representaba una pérdida para las demás.

Durante la Guerra Fría (1947-1991), el concepto de suma cero alcanzó su apogeo con la competencia económica, ideológica y militar entre Estados Unidos y la Unión Soviética y sus aliados. Ambos bloques buscaban expandir su influencia global a expensas del otro, ejemplos de este juego van desde el conflicto de Corea o la guerra de Vietnam hasta la carrera espacial. Aunque esta dinámica fomentó avances tecnológicos y un cierto equilibrio de poder, también generó tensiones que pusieron al mundo al borde de la destrucción nuclear, como fue la confrontación por los misiles soviéticos en la isla de Cuba en los años sesenta.

El juego de suma cero ofrece ciertas ventajas teóricas y prácticas a los Estados que “juegan,” tales como ofrecer una claridad estratégica, es decir, las metas a lograr están claramente definidas y alineadas con el interés nacional. Además, esta forma de concebir las relaciones internacionales tiende a generar un cierto equilibrio de poder. Esta dinámica tiende a evitar la hegemonía de una sola potencia, sin embargo, es evidente que también genera mayores riesgos de conflicto. La competencia intensa entre las naciones que practican esta estrategia puede fácilmente escalar a guerras abiertas.

Las relaciones internacionales de este tipo tienden a dilapidar y agotar valiosos recursos escasos en vez de ser aprovechados en proyectos socialmente más productivos y también a perpetuar las desigualdades existentes que con el tiempo generalmente se profundizan.

Por otra parte, el paradigma de los juegos gana-gana se hizo prominente en la segunda mitad del siglo XX, impulsado por la necesidad de cooperación en un mundo cada vez más interconectado. Tras la Segunda Guerra Mundial, instituciones como las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional surgieron para fomentar soluciones cooperativas a problemas globales. La integración europea, liderada por la formación de la Comunidad Económica Europea mediante el Tratado de Roma en 1957, es un ejemplo emblemático de cómo los Estados pueden trabajar juntos para lograr beneficios compartidos.

En el contexto contemporáneo, los acuerdos multilaterales sobre cambio climático, como el Acuerdo de París (2015), también representan una lógica gana-gana. A pesar de las diferencias entre los países desarrollados y en desarrollo, el reconocimiento de que todos se benefician de un planeta más habitable ha incentivado la cooperación global.

Así, la estrategia gana-gana puede promover relaciones internacionales más estables y duraderas. La colaboración entre los Estados genera soluciones creativas a problemas comunes y reduce tensiones al fomentar la confianza mutua y evitar los conflictos violentos. Por otra parte, algunas naciones pueden percibir que no obtienen tanto como los otros y la negociación necesaria resulta sumamente compleja.

Ya en nuestra realidad actual, con el inicio de la administración del presidente Trump, es importante hacer el análisis de las relaciones entre Estados Unidos y sus vecinos durante los últimos dos siglos. Este análisis ofrece un ejemplo revelador de la coexistencia de juegos de suma cero y gana-gana. Desde su independencia, Estados Unidos ha alternado entre estrategias competitivas y colaborativas en su interacción con América Latina y Canadá.

En el siglo XIX, la Doctrina Monroe (1823) y las intervenciones en México, como la guerra de 1846-1848, reflejan una lógica de suma cero, donde el expansionismo estadounidense se logró a expensas de sus vecinos. La anexión de territorios mexicanos como Texas y California consolidó el poder de los Estados Unidos, pero también sembró una desconfianza duradera en la región. Esta estrategia expansiva continuó con la guerra contra España, en la que adquirió varias posesiones en el Caribe y en el océano Pacífico.

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, con la creación de instituciones como la Organización de Estados Americanos (OEA) y acuerdos de libre comercio como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), surgieron intentos de establecer relaciones más equilibradas y beneficiosas para todos. Estas iniciativas ilustran un giro hacia una estrategia gana-gana, especialmente en el comercio y la cooperación en seguridad.

A pesar de ello, persistieron elementos de suma cero, como los embargos comerciales contra Cuba y las intervenciones en América Central durante la Guerra Fría. Estas acciones demostraron cómo los intereses geopolíticos de Estados Unidos a menudo se imponían sobre las prioridades e intereses de sus vecinos.

El análisis de los juegos de suma cero y gana-gana en las relaciones internacionales revela cómo las naciones equilibran la competencia y la cooperación a lo largo de la historia. Si bien los juegos de suma cero han llevado a avances tecnológicos y un equilibrio de poder, asimismo han generado conflictos destructivos. Por otro lado, los juegos gana-gana han promovido la sostenibilidad y la innovación, aunque tampoco ellos están exentos de desafíos.

De cara al futuro, el mayor reto para la comunidad internacional será encontrar un equilibrio que permita maximizar los beneficios de ambos paradigmas, adaptándolos a un mundo cada vez más complejo e interdependiente.

Roberto Blum

robertoblum@ufm.edu

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