A veces y de tarde en tarde, cuando recordamos nuestra niñez y años escolares, les vemos como algo ajeno a nosotros. Una vida ni apacible ni de pausas, donde para bien o para mal, todo era memorable y cuando nuestro vivir lo vislumbramos de lejos, nos preguntamos si toda nuestra vida no ha sido tan solo una ilusión como lo que sucede en los cuentos infantiles. El decirnos lo pasado pasado está, nos asusta y tememos que el recordar se olvide.
Nuestra generación de los 40´s vio pasar y contempló el nacimiento de muchas maravillas tecnológicas y científicas. De ellas me impresionó el dominio de la energía atómica y la información y el descubrimiento del ADN. Todo lo que ahora conozco: las teorías sobre el mundo y la vida, los inventos. Todas las ideas que nacen de esos descubrimientos, recaen sobre dos fuerzas existentes desde el origen del hombre, a las que no escapo: Nuestra desaparición y nuestra degradación constante. No hay modelo matemático ni científico aún, que ahuyente esas dos últimas fuerzas. Y en medio de todo ello, cada día al despertar, lo hago entre dos posibilidades: recordar u olvidar, muy poco hacer.
Ya en nosotros el tiempo no existe para cicatrizar heridas, la memoria las borra con fría racionalidad y aunque a veces veamos nuestra historia de forma espantosa, ella siempre tiene algo de atractivo y fascinante que nos permite decir y sentir que pese a todo, valió la pena lo vivido y aunque ahora veamos la humanidad navegando en medio de desquiciada irracionalidad rumbo a un futuro azaroso, nos desquicia poco, que antes de un nuevo amanecer puedan desaparecer cientos de ciudades y millones de seres humanos, y nos consuela que nosotros nos iremos antes.
Egoísmo o simple realidad usted decida. En todos nosotros no priva lo mismo; en algunos que poco hicimos en el pasado por cambiar el mundo, no hay motivo de pesar. En los menos y que con algo positivo contribuyeron, la satisfacción de ello les llena. Y en todos priva un microscópico porvenir que nos niega la oportunidad de hacer algo. Lo cierto es que cada vez vamos siendo más ajenos al mundo. No es pesimismo, es realidad: debilidad social, debilidad espiritual, conmueve nuestra próxima partida, pero lo que realmente conmueve y agita nuestro interior, esa apreciación que va de la mano con nuestro emocionar de miedo y pena hacia el porvenir, es encontrarnos a nosotros mismos. Por tanto, lo que buscamos es calma y un poco de indiferencia hacia el mundo externo.
Al final toda la historia de la humanidad hasta nosotros no ha sido más que un medrar entre civilizaciones, que a la par de elaborar cosas bellas y útiles, arte ciencia para una mejor comprensión de la vida y de capacidad humana para entender el universo, ha dejado a una gran proporción de seres humanos sin riqueza alguna, sin dignidad, sin amor y sin esperanza, únicamente sobreviviendo. En esa historia cargada de contradicciones hay algo que resulta claro: tenemos una cada vez más alta capacidad y a menor tiempo, de producir saltos sobre nuestro desarrollo: revoluciones científicas y técnicas, aceleran cada vez más nuestro acercamiento a un mundo mejor y de más calidad para vivir y es entonces que nos preguntamos los viejos por un ¿para qué? sin obtener fallo final de la misma.
Algunos padecemos de temor a irnos y argumentamos que tenemos que solventar aun muchos asuntos familiares y algunos añaden también laborales y concluimos que sin resolver eso, no podemos partir tranquilos. La verdad es que eso es un autoengaño para asustar al miedo, decía un poeta. Muchos se deprimen en esa guerra tan materialista, que de por sí está perdida.
Pareciera entonces que pensar a estas alturas en lo material es contraproducente, ya que no resta tiempo para hacer, menos por indicar y ordenar, resta por entender y aceptar. ¡Derrotismo! ¡No! no es derrotismo. Derrotismo es pensar y considerar trabajar o hacer cosas, aunque sea con responsabilidad, sin saber y entender lo que es nuestro avance es hacia un porvenir incierto. Por consiguiente, se torna incorrecto torear una espera, imponiéndonos cumplimientos que ya no vienen al caso y albergar fantasías sobre uno mismo para silenciarnos, eso es pérdida de tiempo.