En las próximas cinco décadas, México enfrentará una disminución significativa de su población más joven al tiempo que aumentará el número de viejos. Este fenómeno, impulsado por tasas de fertilidad decrecientes, un envejecimiento poblacional acelerado y patrones de migración sostenidos, tendrá profundas repercusiones económicas y sociales en la región. Si bien la reducción de la población puede aliviar muchas de las presiones ambientales y sobre los recursos naturales, también ya plantea serios desafíos para el desarrollo futuro del país.
En las últimas décadas, la tasa de fertilidad en México ha caído drásticamente, pasando de un promedio de 7 hijos por mujer en los años 60 a menos de 2 en la actualidad. Este cambio se atribuye a una mayor educación de las mujeres, una creciente urbanización y el acceso ampliado a servicios de salud reproductiva. Al mismo tiempo, la expectativa de vida ha aumentado, lo que ha resultado en un rápido envejecimiento general de la población.
Por otro lado, la migración incesante hacia los Estados Unidos, especialmente entre los jóvenes, está contribuyendo a la reducción de la población en edad productiva. Este fenómeno, combinado con la disminución de nacimientos, amenaza con desbalancear la pirámide poblacional, dejando a México con una proporción cada vez más alta de adultos mayores en relación con aquellos en su pleno período productivo.
Este hecho sin duda tendrá importantes impactos económicos. La disminución de la población activa representa un desafío importante para la economía mexicana. Un menor número de trabajadores significará una reducción en la capacidad productiva del país, afectando el crecimiento económico y limitando la capacidad de innovación y desarrollo tecnológico. Además, la disminución de la base tributaria dificultará el financiamiento de programas sociales y afectará sin duda el sistema general de pensiones. Menos jóvenes tendrán que proporcionar los bienes y servicios que las generaciones anteriores reclamarán.
En el sector laboral, la escasez de trabajadores generará un aumento en los costos salariales, presionando a las empresas a adoptar tecnologías que reduzcan su dependencia de la mano de obra humana. Si bien esta transición hacia una mayor automatización mejorará la productividad, también podrá exacerbar la desigualdad social si no se implementan políticas adecuadas para capacitar a los trabajadores en el uso de nuevas tecnologías como la robótica o la IA (inteligencia artificial).
En el ámbito del consumo, una población envejecida tiende a gastar menos en los rubros de consumo material, lo que podría desacelerar sectores como la vivienda, el transporte y el entretenimiento. Por otro lado, la demanda de servicios de salud y cuidados a largo plazo aumentará significativamente, ejerciendo presión sobre los sistemas de salud pública y privada.
Así podremos comenzar a observar próximamente variadas consecuencias sociales. Es evidente que el envejecimiento de la población plantea retos sociales significativos. La carga del cuidado de los ancianos recaerá cada vez más sobre las disminuidas generaciones jóvenes, muchas de las cuales ya enfrentan actualmente dificultades económicas. Esto podría aumentar las tensiones intergeneracionales y generar una mayor competencia por recursos limitados.
La migración hacia los Estados Unidos también tendrá un impacto social considerable. La salida de jóvenes en edad laboral no solo afecta la economía, sino también el tejido social de las comunidades, dejando a muchas familias divididas y comunidades rurales enteras pobladas únicamente por mujeres y ancianos.
En el contexto de las ciudades, la redistribución poblacional podrá llevar al deterioro de la infraestructura en aquellas áreas con menor densidad poblacional, mientras que las ciudades más grandes enfrentarán nuevos desafíos en la planificación y la provisión de servicios públicos.
Para enfrentar los desafíos de la disminución poblacional, México necesitará adoptar una serie de políticas integrales. Es crucial invertir en educación y capacitación para preparar a la población activa para empleos en sectores tecnológicos y de alto valor agregado. Además, es necesario fomentar la inclusión laboral de grupos subrepresentados, como mujeres y personas mayores.
En el ámbito de la migración, es importante implementar estrategias que incentiven el retorno de los migrantes y atraigan talento extranjero, promoviendo así un flujo demográfico positivo. Al mismo tiempo, es fundamental fortalecer las redes de seguridad social para garantizar que la población envejecida reciba los cuidados necesarios sin sobrecargar a las generaciones más jóvenes.
Finalmente, el gobierno y el sector privado deben trabajar juntos para desarrollar infraestructura que responda a las necesidades de una población cambiante. Esto incluye desde viviendas adaptadas para adultos mayores hasta sistemas de transporte eficientes y servicios de salud accesibles.
En conclusión, se puede afirmar que la disminución de la población en México en los próximos 50 años presenta tantos desafíos como oportunidades. Si bien la transición demográfica puede ser compleja, también ofrece la posibilidad de imaginar un modelo de desarrollo más sostenible e inclusivo. Con una planificación adecuada, incentivos correctos generados por los mercados abiertos y un compromiso colectivo, México puede convertir esta inevitable tendencia en una oportunidad para construir una mejor sociedad, más equitativa y resiliente.