Lorenzo Fer
Este domingo, 12 de enero, celebramos el primer domingo del tiempo Ordinario pero no empezamos un nuevo ciclo. Recordemos que el Año Litúrgico 2025 empezó con el primer domingo de Adviento que fue el 1 de diciembre recién pasado. O sea que, las primeras actividades del nuevo ciclo corresponden a los cuatro domingos de Adviento que ya forman parte del ciclo 2025.
A partir de este domingo 12 seguirán otros siete domingos ordinarios hasta que el conteo se interrumpa con la Cuaresma. La Cuaresma inicia con el Miércoles de Ceniza el 5 de marzo y comprende, a su vez siete domingos, por eso el período de la Pascua Florida marca un interludio, en la cuenta de los domingos ordinarios los que se retoman después del domingo de Pentecostés, 8 de junio. Continuarán semanalmente los domingos ordinarios hasta la solemnidad de Cristo Rey, 23 de noviembre, que cierra el período Ordinario y abre Adviento y asimismo, el nuevo ciclo litúrgico.
Por otra parte, con la celebración de hoy, se concluye el tiempo de Navidad. Algunos devotos extienden ese período pascual hasta el dos de febrero, fiesta de Candelaria. Hasta hace poco las señoras procedían a recoger los nacimientos. Otros consideran que el cierre navideño se da con los Reyes Magos. Costumbres son de cada lugar aunque oficialmente con la celebración del Bautismo del Señor se da el punto de inflexión del cambio al tiempo Ordinario.
Desde otro punto de vista, el Bautismo marca una separación entre la vida privada y la vida pública de Jesús. Rompe, lo que algunos llaman, el “silencio de Nazaret”, que se calcula en 30 años. Bien por las mesas que el joven carpintero armó; por el excelente acabado de las sillas y camas; por el cabal ajuste para los goznes de las puertas que instaló y las clavijas y muescas que ensambló. Jesús fue un excelente artesano de la madera, pero su misión en el mundo no era esa. Era otra: tenía que ver “los asuntos de su Padre” como expresara en el Templo cuando “se había perdido”, 18 años atrás. Por eso debió dejar el taller de carpintería y prepararse para lo que vino, a proclamar el mensaje de Quien lo envió; lo esperaba toda una humanidad que estaba en la oscuridad y urgía de la Salvación.
El Bautismo de Jesús es uno de los pocos eventos que relatan los cuatro evangelistas aunque cada uno desde una perspectiva diferente, pero que en conjunto presentan un cuadro armonioso. Los tres evangelios sinópticos ofrecen una narrativa presencial, Juan por su lado hace referencia a las palabras del Bautista.
Mateo es el único que documenta una conversación entre Jesús y el Bautista. “Yo debería ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí?” Lucas y Marcos resaltan que Jesús, al salir del agua hizo una oración y seguidamente se dió un extraordinario, muy extraordinario y único acontecimiento: la presencia en un mismo lugar, en esas someras aguas del río Jordán, de las tres divinas Personas de la Santísima Trinidad. La voz del Padre: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lucas y Marcos transcriben las mismas palabras); el Espíritu Santo en forma de paloma y, obviamente, la presencia física de Jesús.
Es claro que Jesús no tenía razón alguna de bautizarse en el sentido de purificación, pero lo hizo con el objeto de enseñar el camino y al mismo tiempo como acto de humildad, para mostrar su aspecto humano y divino. Con la oración de Jesús al salir de las aguas se consagró el sacramento del bautismo. La inmersión en las aguas fue una acción simbólica que, por la gracia de Cristo, se transformó en una acción ontólogica. Cuando recibimos un sacramento, la gracia fluye hacia nosotros desde el sacramento, pero en el bautismo de Jesús fue a la inversa, la gracia de Cristo fluyó hacia el sacramento que de esa forma quedó como símbolo y marca de la consagración al Evangelio.
Es por ello que, en el último mensaje, antes de su Ascención, Jesús ordenó: “Por tanto, id, y hace discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19). Por eso mismo Pablo repite: “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”. (Hec. 2:38). “Sepultados con Él en el bautismo, en el cual también fuisteis resucitados con Él”. (Col. 2:12).