Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Algunos piensan que la democracia consiste en la garantía de un sufragio libre y sin coacciones de ninguna naturaleza, sin entender que ello es simplemente uno de los instrumentos de ese sistema político, cuya esencia misma está en el sentido del mandato, puesto que la mayoría decide con su voto otorgar el poder a la fuerza política que representa las aspiraciones de esa mayoría. No puede haber democracia cuando no existe mandato, y los electos reciben un cheque en blanco para que hagan lo que les da la gana puesto que en esas condiciones más estaríamos frente a un puro concurso de popularidad que a lo que pueda considerarse un legítimo ejercicio de la democracia.

Cuando no hay propuesta clara y el voto es emotivo cuesta más entender el sentido del mandato, pero en las últimas elecciones en Guatemala, con sus profundas y graves deficiencias, es incuestionable que la mayoría de la población decidió votar por el único candidato que no era parte del sistema tradicional de los partidos políticos y sus prácticas corruptas y deleznables. El factor que terminó ungiendo al nuevo Presidente de la República fue esa característica suya de parecer ajeno a los vicios tradicionales porque no había sido parte del sistema colapsado por la rampante corrupción.

Es fundamental analizar el sentido del mandato de la población cuando elige a Morales, puesto que es la única forma en que evitemos equivocaciones respecto al futuro del país. No creo que nadie pueda suponer que se le eligió por sus antecedentes como comediante ni, mucho menos, por el contenido de una propuesta política profunda que recogiera los sentimientos de la población. Ni siquiera se puede suponer que fue la propaganda, esa que algunos consideran como la “música de la democracia”, el factor decisivo para producir ese inesperado resultado electoral que tomó por sorpresa a todos, incluyendo a los electos.

Lo único que queda es que Morales no era del rebaño conformado por los partidos tradicionales que mostraron el peltre en el Congreso de la República, y en el ejercicio de distintos tipos de poder. Su cara era asociada a programas de televisión pero no con el comportamiento tradicional de la clase política. Hasta abril no levantaba vuelo su candidatura, pero cuando la gente descubre, gracias a la CICIG, que el país está hundido en la podredumbre de la corrupción empieza a producirse su repunte en las encuestas y se perfila como contendiente. Ello porque, en ese momento, se convierte en la alternativa a Baldizón y a Torres, paradigmáticas figuras del sistema.

¿Cuál es entonces el mandato que el pueblo le extendió a Morales? El de continuar con la demolición del sistema que alienta la corrupción y la impunidad para construir un modelo distinto en el que funcione efectivamente la democracia, entendida como una delegación del poder soberano del pueblo y no como un cheque en blanco para que quien resulte electo haga durante cuatro años lo que le dé la gana, actuando como el “dueño de la finca”.

Falta ver si el Presidente electo lo tiene claro.

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