Somos un país que consume poca ciencia y mucha tecnología, consume poca ciencia y se pierde dentro de las nuevas tecnologías de la información. Casi que no producimos ciencia. Las universidades son centros escolares de la repetición. Ya ni se plantean la producción científica dentro de sus objetivos. Claramente no son subsistemas culturales de la innovación, son centros de pseudo formación, atrapadas por la vorágine de su ambición monetaria y politiquera. Como en todo, hay excepciones. La Universidad del Valle y la Landívar producen un poco de investigación, también contados programas de la Mariano Gálvez y la misma Universidad de San Carlos, pero fundamentalmente son centros escolares de la repetición. 

Las brechas de producción científica en el mundo son enormes, por lo que hay que romper con el modelo de que debemos ser una imagen especular de las instituciones científicas mundiales. Eso no es posible. América Latina, Guatemala en particular, debe buscar caminos alternativos de producción científica e innovación tecnológica. Nuestros sistemas económicos siguen dependiendo de mano de obra que casi no requiere ciencia ni tecnología moderna. La ciencia no se desarrolla, las tecnologías las traemos de otros países y nuestros niños y niñas no reciben una educación científica pertinente ni una educación tecnológica eficiente. El triángulo macabro es el siguiente: Un sistema de Ciencia y Tecnología desfinanciado económica y cognitivamente, la ausencia de una educación científica y tecnológica pertinente y un sistema económico retrógrado, como la política misma, atascada de politiqueros corruptos en todas las instituciones. 

Pero este triángulo macabro se puede cambiar. Es posible que aún podamos lograr este cambio fundamental desde un nuevo sistema de educación superior. De hecho, no existe en Guatemala un sistema de educación superior, menos público. Existen universidades que siguen sus propios intereses, pero no hay programas integrados de formación científica de alto nivel que permitan tener personas capacitadas para transformar la vida económica, política y menos cultural del país. Somos el país de la repetición. Estamos anclados en concepciones viejas de conocimiento platónico, que no nos permiten replantear productos novedosos de un nuevo sistema económico. Si, sabemos como darle cierto valor agregado a alguna cosa, tal como la caña de azúcar. Pero como si fuese lo único que podemos hacer, ese modelo se repite hasta el cansancio mental, social y de la misma tierra puesta a producir hasta lo que ya no puede. 

Para replantear la educación superior, hace falta tener una estrategia. Eso significa quitar cosas que ya existen y que no sean pertinentes, como larguísimas licenciaturas que no tienen ya cabida en el mundo actual. Hay que asegurarse que los nuevos programas, no todos licenciaturas, sean programas basados en ciencia y tecnología. La educación superior debe ser el espacio para plantear problemas nacionales que no se resuelven con rutinas. Hay que revalorar la educación técnica. Esa es fundamental. Ya existen intentos importantes que han fracasado porque aun domina un modelo universitario inoperante, que funciona para satisfacer intereses burocráticos sin sentido de programas que no se han renovado a la luz de la ciencia y tecnología moderna. 

El consejo de ciencia y tecnología, CONCYT, debe tener influencia en el sistema nacional de educación, tanto a nivel superior como desde la primaria y secundaria. Eso no se logrará con clubes de ciencia para entretener niños, no. Debe de existir un entendimiento claro de cómo aprenden las personas ciencia, tecnología, ingeniería, matemática, STEM por sus siglas en inglés. No podemos permanecer aislados de la valiosa investigación científica sobre el aprendizaje. Hay miles de investigaciones sistemáticas en el mundo y algunas nacionales sobre aprendizaje de tal forma que es posible hacer un replanteamiento fundamental en la forma de enseñar ciencia. Hay que plantear la formación docente desde las nuevas ciencias del aprendizaje, desde las ciencias experimentales que han replanteado el aprendizaje de la ciencia y la tecnología y no desde teorías obsoletas de aprendizaje que solamente sirven para rellenar espacios de cementerios universitarios que lo único que producen es subdesarrollo, del que duele. 

Duele que casi la mitad de niños y niñas en Guatemala padecen de desnutrición, dicen los titulares: «En Guatemala, el 46.5% de la niñez menor de cinco años padece desnutrición crónica».  Duele que apenas el 10% de los estudiantes ganan el examen de matemática al terminar sus estudios secundarios. Duele que luego, de ese raquítico 10%, nuevamente como si fuese una sentencia diabólica, apenas el 10% ingresa a la Universidad Nacional. No porque no quieran estudiar. Es porque la universidad los sentencia con inoperantes exámenes de admisión, que no tienen validez científica alguna. Duele que el 15% de los guatemaltecos se fueron a Estados Unidos porque aquí no innovamos nuestra economía. Duele saber que ya casi el 60% de guatemaltecos viven en pobreza. Ya no queremos titulares así. 

La crisis que vivimos tiene matices mundiales, pero raíces nacionales. Es el producto de la miopía de empresarios que han preferido no invertir en ciencia y tecnología para tener productos con alto valor cognitivo y social y no solamente productos no transformados. La crisis que vivimos también es producto de la miopía académica, de profesores que no quieren transformar sus prácticas y sus instituciones para una educación pertinente. No puede seguir el Ministerio de Educación a la deriva, remozando escuelas, cobijando a un pseudo dirigente que le roba a los niños y niñas oportunidades. El CONCYT debe ser estratégico no solamente en el financiamiento sino en modelar programas ejemplares. Esta economía capturada no puede seguir en manos de pocos, con un sistema de justicia que no puede ni quiere hacer investigación real. Todo lo inventa. Debemos detenernos, reflexionar, planificar y transformarnos. 

El triángulo macabro debe dar lugar a un sistema de ciencia y tecnología que sí funcione, a la emergencia de una educación científica que nos transforme, económica y culturalmente para construir nuevas identidades. Basta de tener una economía de la repetición. Basta de tener una educación de la repetición. Vamos por una economía de la innovación para darle valor a nuestros productos. Ciertamente construyamos nuevas cadenas productivas, abramos nuevas formas de producción científica y material. Ya no hay tiempo que perder para iniciar nuestra transformación. Eso solo es posible en una sociedad democrática, la que no quieren los corruptos. Vamos. Hagámoslo. Si no es ahora, no será nunca. 

Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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