En los últimos días, he tenido la oportunidad con otras personas, de reflexionar sobre el panorama mundial y nacional 2025. La apreciación es de que: ni las guerras concluirán, ni se pondrá el debido coto a las corrupciones y enfrentamientos público-privados. De la debacle económica, y de la contaminación cabe esperar lo mismo. En todos los niveles, el egoísmo, la ambición y la codicia, no solo no cambiarán, sino crecerán. De tal manera que: al menos a nivel nacional, el dolor, el desorden político y social, las injusticias y desigualdades seguirán su curso, ante una evasión popular y gubernamental, de realizar verdaderos cambios. No se vislumbran ni ideas ni fuerzas nuevas para un mejoramiento y sí un incremento celoso entre naciones y grupos sociales por dominar a otros, y de las fuerzas de la corrupción, por neutralizar el accionar justo de la gobernabilidad.
En consecuencia y ante ese acontecer esperado, la gran pregunta de la que todos evadimos respuesta es ¿cuál es la salida? Nuestro conformismo nos lleva siempre a una respuesta simplista: depende de otros, sin darnos cuenta que es la falta de responsabilidad y evasión al cambio social, algo que alimentamos con nuestras actitudes y prácticas enfocadas por liberarnos de la influencia que actúa contra nosotros, es decir, contra nuestros deseos y las fuerzas externas que quieren dominarlos, llevándonos ello a aislarnos y cerrarnos sobre nosotros mismos. De esa manera y equivocadamente, creemos y creamos un mundo en el que todo se resume a jugarse el pellejo, sin percatarnos que ese juego necesita del de los demás; de un hacer de todos. Si prestamos atención a esos destellos deseantes que tenemos, como luces palpitantes de arbolitos de Navidad, nos daremos cuenta que son limitados en logros y destructores.
En otras palabras, por muy capaces que seamos de provocarnos un máximo goce instantáneo, eso nos priva de construir un futuro de bienestar para nosotros y nuestros seres cercanos, ya que una chispa fugaz quema todo nuestro porvenir y lo empobrece en todos los sentidos. No podemos negar que ese movimiento del placer inmediato, se extiende rápidamente a todos los pueblos, y en ello se esboza una volatilización general de un mejor porvenir: un futuro y su bienestar tanto actual como futuro.
No sé si lo externado arriba sea tan solo una hipótesis: que esa divergencia final de cada quien por lo suyo y “sálvese quien pueda” sea, en realidad, una introducción biológicamente en nuestros cerebros, de un principio inmediato de desagregación y de muerte física, mental y emocional. Un establecimiento de una conciencia preponderante que prioriza una atención a una dependencia, lo que contradice aún más gravemente el desarrollo de un cerebro social mediante un gesto intempestivo de evasión, poniendo en grave riesgo los movimientos históricos del futuro de la humanidad y la vida.
Entonces, si queremos salvar la primacía del espíritu individual y social a la vez, fundamental para la supervivencia humana, no nos queda más salida que lanzarnos hacia la única vía que queda abierta para la conservación y el progreso ulteriores de la conciencia individual y humana: la vía de la unificación. Si se pretende salvar la dignidad y las esperanzas de la humanidad para evitar la anarquía, fuente y signo de la tragedia y el caos universal que estamos viviendo, debemos esbozar un mundo de convergencia a sabiendas de los sacrificios que entraña eso, para nuestros deseos y pretensiones individuales.