Juan José Narciso Chúa

juannarciso55@yahoo.com

Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

post author

La algarabía infantil era inmensa, desde la mañana de ese 7 de diciembre, toda la tropa de niños de aquella modesta casa de la zona 2 rebosaba de alegría, expectantes con el tiempo para que llegara la hora exacta, eso era a las 6 de la tarde, poco a poco y con la limitada capacidad de nuestras fuerzas, llevábamos en nuestras manos pedazos de madera, papel y cachivaches que ahora pasarían a engrosar nuestra fogata.

Pero lo expectante era mayor que cualquier capacidad física, vivíamos con alegría esa fiesta que, para casi todos, significaba el inicio de las fiestas navideñas, era, ahora que escribo lo recuerdo con más claridad, un viernes de un año 1967, si la memoria no me falla. La niñez es un ingrediente infalible para adentrarse en la magia que la Navidad motiva, sin duda, hoy en la adultez, por no decir, en el inicio de la vejez, se revuelve ese niño que creía fervientemente en Santa Claus, así como hace el intento de salir de este cuerpo arropado de madurez, empuja para escapar y salir a jugar, a gritar, a prepararse para barranquear y traer todo el material combustible para una fogata.

Ese niño todavía se recrea entre luces, entre cánticos, entre villancicos, se mueve febrilmente para acompañar a las tías y a mi mamá, allá a la 6ª calle de la zona uno, en donde se instalan una innumerable cantidad de vendedores que nos ofrecen paja, musgo, pashte, pastores (en aquel tiempo casi todos de barro), papel para el nacimiento, cohetes –mejor dicho, en buen chapín cuetes-.  Y ese espacio abigarrado y medio caótico de vendedores, me lleva con su aroma a musgo, a manzanilla, a pacaya, a incienso, a retornar con la alegría de aquel niño, quien junto a sus hermanos y primos disfrutaba de estos momentos intensamente, pues se quedaron para siempre en su aroma, en su color, en su desorden agradable, en sus retinas, pero principalmente en su corazón.

Los chiriviscos, las ramas de pino, el bricho, el pelo de ángel, los gallitos, las chichitas, los misterios (la alegoría del nacimiento), las luces que se venden con sus chilitos de mil colores, el pino para poner en el piso de la casa y degustar de su inolvidable olor, hoy todavía lo vuelvo a vivir, un aroma que sabe a fiesta, a baile, a alegría, a corredores inolvidables, a salas imperdibles en la mente, a patios rebosantes de gente, de familia, de amigos, de patojos degustando de esos momentos de alegría con todos los miembros de la familia disfrutando la convivencia.

Y ahí están todos, en una imagen que recreo en mis pensamientos y sueños, veo a mi tía Luz (mamá de Alfredo, Carlos y Maritza) platicando con mi tía Marta, en otro lado está mi mamá (tía Carmen para mis primos), en alegre cháchara con mi tía Nora, allá en el fondo se destornillan de la risa, mi papá (tío Chente para mis primos), junto a tío Chepe (papá de mis primas Anabella e Irasema), quien choca el vaso con su trago con tío Rolando (el papá de Rolando mi primo menor), Salva (mi tío Salva), disfruta el momento y se sonríe abiertamente.  Mi tío Adolfo, papá de mis primos Chúa Lemus (Sandra, Lissette, Byron, Edgar, Walter e Irma), junto a tía Irma se confunden en la alegría de esa fiesta con pino, que por el olor me he inventado.

Junto a ellos la cabría de patojos se mueven desordenadamente pasando por todos ellos jugando, brincando, sonriendo, gritando, contagiados de la alegría de tener a la familia disfrutando en aquella fiesta olorosa a pino que mis pensamientos recrean a través de la nostalgia.

Pero regreso a ese 7 de diciembre del lejano año de 1967. Ya estábamos en la fogata, el fuego consumía todo lo que había podido juntar, sonreíamos ante las lenguas de fuego que se movían hacia arriba y hacia los lados.  En medio de esa alegría, te vi cruzar en la esquina, con una chumpa roja, que a mí me encantaba y la usé todavía siendo adolescente, aunque me quedaba grande.

Te acercaste sonriendo, no lo olvido, venías con tus tragos, eso exacerbaba tu alegría, la compartías, te uniste a todos, gozando del momento -esa es una fotografía a la nostalgia-, te me acercaste con tu inmensa figura y me entregaste un pequeño paquete, lo saqué de la bolsa y era un disco de 45 rpm, con un fondo azul, con la foto de Rafael de España en la portada con la canción del Niño del Tambor, esa imprescindible canción de Navidad que para mí es la mejor versión.

Y ahí en esa fiesta inventada por mi memoria, veo pasar al Niño del Tambor, con sus redobles propios de esa canción, moviéndose poco a poco, a cada tío, tía o primo les brinda una sonrisa, poco a poco se mueve en el caos de la fiesta, hasta llegar al nacimiento que está en la sala, mientras Rafael de España canta desde la cocina, con el sentimiento que derrama en esa canción, nos invita a recordar el sentido de la Navidad, así como provoca en algunos de nosotros derramar una lágrima por la vida y la familia. Y ahí desde un rincón, todos percibimos la mirada de ojos celestes y pelo cano que Pepe nos comparte, así como sonríe alegremente, sabiendo que en el futuro él vivirá esas fiestas.

Hoy cuando la escucho en múltiples arreglos, todas me gustan, pero esa pieza interpretada por Rafael es mi canción favorita, me resulta hoy inolvidable como siempre, pero lo más lindo es que me lleva a usted papá, a recordar ese inolvidable momento y a decirle que dejó ese imborrable recuerdo en mí.

Feliz Navidad para todos, un recuerdo nostálgico que comparto con mis hermanos, primos, tías y tíos, así como con todos aquellos que hoy recuerdan con cariño esa inmensa figura del padre.

Artículo anteriorFloridalma Roque: La táctica de Kevin Malouf para rebajarse la pena por la muerte de su paciente
Artículo siguienteAvión se estrella en Kazajistán dejando un saldo de decenas de pasajeros fallecidos