Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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A lo largo de nuestra vida, algunos setentones hemos sido optimistas y otros pesimistas y cada uno a nuestra manera. Unos más, otros menos, hemos luchado para liberarnos de toda influencia que no nos deje liberarnos de lo que no queremos o creemos. Eso lo hemos hecho de manera pluralista y también lo somos, en todo lo que concierne a lo que sucede en el mundo y nuestra patria.

Independiente del credo, creencia o ideología que profesamos antes o ahora, a lo largo de nuestra vida, hemos visto la desidia y el latrocinio de nuestros gobiernos y el egoísmo y la codicia de muchos concentradores de poder, lograda la mayoría de veces, a través de malas artes y sin moral alguna, redundando todo ello en una gran cantidad de población viviendo en tristes miserias de todo tipo; cosa que a nuestro juicio, en la actualidad no cobra más intensidad gracias a la emigración, que a su vez crea otros problemas y priva de dignidad a los que se quedan y a los que se van. A tal punto han llegado las cosas, que un connotado hombre público, en una cena dejó ir esta barrabasada: “que la emigración era un deber patriota en los necesitados”.

A lo largo de nuestra vida, todos los septuagenarios hemos visto ir y venir gobiernos, sin que ninguno de ellos haya dilucidado las cuestiones que tienen que ver ni con la democracia ni con el desarrollo de poblaciones e individuos: educación, salud, desarrollo agrícola e Industrial, trabajo, justicia, emigración forzada. Ni el debate ni la acción pública y gubernamental ha podido con ello. De tal manera que los ahora próximos octagenarios, nacimos, crecimos y envejecimos, en un ambiente de miedo, suspicacia y recelo, de los cuales el único que ha menguado un poco es el miedo; pero sigue toda la vida social y pública que nos rodea, embadurnada de injusticias y desigualdades.

La historia jurídica de la que hemos sido testigos está llena de casos en que se han –como dicen nuestros abogados– conculcado todas las leyes y los derechos más elementales, mientras muchos de los verdaderos culpables y responsables por ahí se campean libres. En injusticia y mentiras somos de los más ricos de la Tierra. Lo más triste de todo ello, es que buena parte de nuestra generación ha vivido, con los ojos cerrados y la mente adormecida ante la problemática nacional, sin el acicate de la duda y ninguna toma de acción, sin que nos muerda remordimiento alguno por eso.

De manera que lo tenemos claro: nuestra sociedad con sus diferentes clases sociales y sus desigualdades a la hora de moverse la política, solo apunta a donde ya existe poder y riqueza. Así que todos ya llenos de arrugas, estamos en cuestiones políticas muy escarmentados y no nos fiamos de nadie. Así que este tema ya no agota nuestra existencia; nos hemos distanciado de él y son nuestros hijos y nietos, los que, con sus dotes de observación, su capacidad de raciocinio y su conocimiento de las pasiones, más sus habilidades y experiencias, cualidades que nosotros hemos ido perdiendo, los que deben encausar un cambio y como ciudadanos comprometidos, luchar contra las fuerzas de los individuos siempre obedientes a los poderosos de turno y a los codiciosos sin escrúpulos.

A esa generación joven que debe tomar la batuta en lo político y social, solo cabe recordarles lo dicho hace muchos siglos por el romano Séneca y que fue consejo desoído por muchos de nosotros: “El tiempo que tenemos no es corto; pero perdiendo mucho de él, hacemos que lo sea, y la vida es suficientemente larga, si la empleáremos bien, para ejecutar en ella cosas grandes, pero al que se le pasa en ocio y en deleites, y no la ocupa en loables ejercicios, cuando le llega el último trance, conocemos que se le fue, sin que él haya entendido que caminaba”.

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