El creador del existencialismo francés no arrastra el concepto de angustia hasta las últimas consecuencias a que lo lleva Kafka o Dostoievski, pero tampoco lo deja en un planteamiento desteñido por la fe en que lo sitúa Kierkegaard.

Lo coloca en un término medio muy balanceado que permite hablarnos de una angustia creadora, de un existencialismo humanista. Es decir, proclive a la creación del hombre y no a su destrucción desesperada o de regresión y amparo en la fe.

Por la inexistencia de Dios o por su no intervención, el hombre siempre que escoge lo hace con libertad puesto que no hay nadie que le diga esto debes hacer o esto no debes hacer con absoluta claridad. Sólo Dios podría realizarlo así, como cuando se dice que dio las Tablas de la Ley a Moisés.

Creer en Dios es más “cómodo” (aun cuando seamos nosotros quienes lo hemos fabricado) porque los niveles de angustia se reducen notablemente si en el acto de escoger o discriminar podemos sacar y poner nuestra responsabilidad en “algo” superior que -en última instancia- nos mandó u ordenó consumar determinada acción. Para conocer la diferencia entre determinar con libertad (es decir sin Dios) nuestra vida –o determinarla por mandato divino- Sartre usa el ejemplo de Abraham frente al sacrificio de su hijo ordenado por Yahvé (que también emplea Kierkegaard) y nos demuestra que por terrible que parezca la determinación del bíblico personaje, no estaba teñida de angustia: Dios se lo había ordenado como los dioses le ordenan a Agamenón que sacrifique a su hija Ifigenia y aunque hubiera habido angustia jamás sería de aquella que produce un  acto similar en completa libertad.

La vida del hombre es un permanente escoger. Escoger adorar a Marx o a Hegel. Estudiar una carrera humanista o técnica. Vivir o suicidarse. Matar o dar vida. Vender su primogenitura por un plato de lentejas o aguantarse el hambre devoradora. Enfermarse o estar sano. Vencerse a un cáncer o combatirlo. Disfrutar la vida o vivir en la autoconmiseración. Desear el poder o las riquezas del espíritu. Casarse o vivir soltero, solo y sin hijos. Escribir y publicar uno o más libros o sembrar papas, desde luego atenidos al relativismo que reconoce que “el hombre es él y su circunstancia”.

Pero la angustia suprema se deriva de llevar a la conciencia que el acto de escoger y decidir entre el bien y el mal (que en última instancia son los dos polos ante los que podemos optar) no es solamente personal sino que en él comprometemos a la humanidad entera (sus valores) en diversas proporciones, porque somos parte de un todo que orientamos con cualquiera de nuestras acciones por un derrotero constructivo o destructivo y también en la medida en que seamos “importantes” o destacados en el mundo como Jesucristo o como Hitler.

La angustia acaso no sería tal si no existiera la duda (Sartre no se atiene a los famosos imperativos categóricos) y la duda corroe el alma cuando muchas veces de actos que creíamos en principio nobles se desprenden daños que nunca previmos. Por otra parte el rechazo de Dios o la imposibilidad de probar su existencia (porque para quien no lo siente dentro no existe) le impide aceptar la “realidad” o la existencia también de leyes o Tablas escritas en la eternidad o para la eternidad.

Matar en la vida “normal” es malo, pero hacerlo en la guerra es un altísimo deber ¿para un ucraniano o un ruso? ¿No es esta relatividad y no es esta bivalencia suficiente razón  para infiltrar la duda moral en nuestros corazones?

Sin embargo y a pesar de la duda es necesario utilizar la libertad para escoger. Quien no utiliza la libertad ni el derecho de escoger vive cómodamente acogido a la fe, pero es un cerdo o sea alguien que no accede a la condición humana: temática de “La Náusea”.

Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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