Hoy no voy a hablar de política y del caos del mundo; hablaré de la generación del 40, de los septuagenarios que hemos constatado que el mundo ha cambiado y sin embargo, no por eso nos aferramos al sueño de los justos mientras todo se agita a nuestro alrededor, ni nos entregamos a la nostalgia, pues aún tenemos que vivir un hoy y un mañana que, aunque cortos, nos sonríen. Ya no necesitamos embarcarnos en gestas largas y complicadas: ni el cuerpo las soporta ni el espíritu las pide.
Lo que sí podemos hacer sin chistar, es adentrarnos en los recovecos de nuestro ser y escudriñarnos, lo cual entraña muchos riesgos y dificultades que solemos suavizar a través de charlas con amigos, compañeros de colegio, de trabajo o parientes, lo que nos permite cabalgar entre pensamientos y recuerdos, permitiéndonos acercarnos los unos a los otros y dejándonos sin posibilidad de huir de prisa de nosotros mismos, a fin de no acercarnos más pronto a la muerte.
En fin, para complacencia propia e independiente de que estemos unos varados en la salud y otros en la enfermedad; nos devanamos los sesos, no solo para chismear, hacer y componer mundos, sino también para desempolvar nuestras interioridades y, en medio de comidas y vinitos, el saldo siempre es el mismo: mucho de qué hablar, pero más de qué recordar. Y es por eso que viene al caso en esta cavilación, traer a luz los consejos que de tarde en tarde afloran en nuestras tertulias. Ahí les van algunos, queridos lectores.
Disfruta de cada instante, que el siguiente puede no ser de acá. Ese dicho suele ir acompañado de viejas nostalgias y, en muchos, despierta temores. El miedo no evita el peligro y ante eso viene la recomendación: deja a un lado lo que te pasará mañana y concéntrate en lograr algo hoy. Y en este contexto, lo que domina sobre cualquier temor en muchos setentones, es coger alguna enfermedad o empeorar la que se tiene, y de ahí nace oportuna la recomendación de: olvídate de tu último resultado de sangre; el resultado de lo que hagas hoy, es lo que pondrá en tus brazos felicidad.
Asisten por lo regular a las tertulias de septuagenarios, los llamados afligidos; los pendientes del tiempo y esclavos del reloj que, más que escuchar y disfrutar de viejas anécdotas y de tantos otros pensamientos, se atormentan con el tica tac, tic tac, perdón… ahora del destello y pitido de una pantalla. A estos solo cabe recordarles que acumular a estas alturas de la vida y trabajar para ello, es crearse una lista interminable de problemas y necesidades, muy poco adecuados y estimados por nuestro cuerpo y nuestra alma, que lleva a tremendas crisis de ansiedad, intranquilidad y desesperación, dejando al final la vida… por nada. A estos cabe recordar que ya no es momento de crear sueños, sino de vivir los que creamos y reírnos de nuestras quimeras. Decía no sé quién, cuyo nombre ya no recuerdo, que solo el hombre que sabe reír de sí mismo, es capaz de morir tranquilo sin quejarse de su vida. Otro tan sabio como el anterior, recomendaba a los setentones, dejar de actuar como leones, ya que a esa edad solo somos gatitos necesitados de mimos.
Para los septuagenarios, ya no existen verdades absolutas; hemos cumplido con hacer todo lo que pudimos en beneficio de los demás; ya es suficiente por hoy y es momento ideal para tomarnos nosotros mismos el pelo, pues ya no estamos ni para mejorar ni para empeorar, tampoco para esperar. Estamos para… estar, aunque nadie lo necesite.
No me tomen por viejo chocho o estúpido (de ambos ya tengo un poco) pero la poca inteligencia que de cuando en cuando brota en nosotros hay que emplearla para dejar atrás el pasado y forjar, sin jerigonza pretensiosa… y aquí usted escoja, nuestra próxima vida o el final de la actual.
La inestabilidad política o social ya no es nuestro problema, ni tampoco su solución. Me pregunto: ¿qué hacen todos esos sexagenarios y septuagenarios gobernando el mundo? A las generaciones adultas les toca experimentar y cambiar los males del siglo, y si quieren experimentar algo nuevo y más saludable, es cosa de ellos atreverse a romper con este mundo caótico y desencantado. Y a nosotros… nos toca olvidar lo que hemos sufrido en carne propia y con crudeza y echarnos de vez en cuando un gruñido de disconformidad, polemizar de tarde en tarde y leer o chatear, para no perder los engranajes del cerebro, que debemos utilizar en nosotros mismos.
Creo que es bastante por hoy, así que… ¡hasta la próxima!