Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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Se dice que las ingenierías han transformado nuestro mundo. Ciertamente. Cuando se observan las grandes y pequeñas obras de la ingeniería, ya sea el Canal de Panamá o el Templo Mayor de Tikal, tierra de los Mayas en Guatemala o los inventos cotidianos, desde un tenedor o una cafetera hasta una nave espacial, la ingeniería ha transformado el mundo. La ingeniería como la medicina, así como el derecho, comparten principios como el de prestar servicios para fines humanos y sociales: El de poseer conocimientos y habilidades específicas, ser prácticas sociales complejas, trabajar bajo condiciones de incertidumbre, crear un mundo mejor. Sin embargo, la ingeniería, a diferencia de la medicina y del derecho, tiene un estatus social diferente. 

Las obras de ingeniería, grandes o pequeñas, todas, de a poco se vuelven cotidianas, conviven con nosotros. Un puente, ya sea el hermoso puente de la Bahía de San Francisco California o el puente que atraviesa el Río Dulce en Puerto Barrios en Guatemala o los puentes de las carreteras que a diario recorremos, se vuelven invisibles hasta que fallan. Las mismas naves espaciales, todas, se vuelven cotidianas hasta que fallan. Las fallas de las obras de ingeniería hacen que las personas nos hagamos conscientes de las obras de ingeniería. O sea, la Ingeniería es víctima de su propio éxito. Las obras de la ingeniería permanecen invisibles hasta que fallan y entonces el ingeniero que las hizo es el culpable. 

Los ingenieros, como los técnicos, son concebidos en la sociedad como fríos, como capaces de relacionarse bien con los artefactos a través de los números, números fríos. Hay una concepción generalizada de la sociedad de que los ingenieros son buenos para la matemática, aunque la matemática en la vida real de las prácticas de los y las ingenieras no es lo fundamental. A los ingenieros se les pide que sean buenos para todo, aunque los programas de formación los preparan poco para las complejidades de la realidad. Así, la compleja relación de las y los ingenieros con los artefactos y la naturaleza social de las fallas de la ingeniería posicionan a los ingenieros en un status social relativamente bajo en la sociedad. No se puede comparar el estatus social de los médicos cuyos referentes no son objetos, ni fríos artefactos sino es la salud, es la vida o la muerte en manos de un profesional. La salud es mucho más esotérica que un artefacto, cualquiera que fuese ese artefacto. 

Los abogados son los especialistas en el derecho en las sociedades modernas, tratan procesos legales y su referente es la justicia. En muchos casos el referente de los abogados es la libertad o no de los seres humanos que los buscan. No se puede comprar nuestra libertad con los artefactos, los objetos, los diseños de los y las ingenieras. Así, el estatus social de los médicos y los abogados es mayor que el de los ingenieros, todo porque sus referentes inmediatos son la salud, la vida, la muerte y la libertad. Aunque se diga que la ingeniería es esencial para el mundo tecnológico moderno, el estatus social de la ingeniería tiene un límite: Su propio éxito técnico. 

El aprendizaje de la ingeniería, de la medicina y del derecho ahora se da en las universidades. Antes no. Las ingenierías antiguas eran prácticas artesanales, tal y como actualmente se forman albañiles y carpinteros. Pasaron miles de años con estas prácticas artesanales, medicina también. Hipócrates aprendió medicina por ensayo y error a través de la práctica artesanal de su padre, Heraclidas. El derecho también nace de prácticas artesanales previo a la sistematización de normas y leyes en la vieja Roma. Pero para el caso de ingeniería todo cambió a mediados del Siglo XX cuando los ingenieros norte americanos se empiezan a dar cuenta del bajo estatus social de las ingenierías. Los éxitos técnicos eran vistos como éxitos científicos. Las fallas técnicas eran vistas como errores de la ingeniería, así que la solución fue aumentar la carga científica de los programas de ingeniería, principalmente la carga de matemática en las ingenierías. No es que los y las ingenieras no utilicen la matemática en sus vidas profesionales, pero realmente no es la matemática su práctica fundamental. 

La medicina también, de a poco fue alcanzada por la biología moderna y luego por la anatomía y dominada por la patología. Ya a mediados del Siglo pasado los nuevos programas de la medicina universitaria tenían un fuerte componente de ciencias básicas. El derecho también transforma sus programas curriculares e introduce ciencias jurídicas y sociales como elementos de la formación básica. Tanto ingeniería, medicina y derecho de mediados del Siglo XX empiezan a ser concebidos como programas científicos y de a poco abandonan sus raíces artesanales. Esta transición hace que la ingeniería, la medicina y el mismo derecho sean vistos como ciencias aplicadas, pero no son eso. Los programas universitarios deben ser replanteados porque ni la ingeniería, ni la medicina, ni el derecho son ciencias aplicadas, son mucho más que esto. Es injusto que para ingresar a ingeniería los estudiantes deban pasar un examen de matemática y que lo pierda el 90% de aspirantes. Es injusto que para estudiar medicina tengan que pasar un examen de biología. Ciertamente derecho tiene más amplitud en sus exámenes de historia de Guatemala, aunque esa historia memorizada tenga poco que ver con los intereses de un aspirante para la práctica real del derecho.  

Pero cómo vamos a mejorar la formación de ingenieros, médicos o abogados en una universidad cooptada hasta los dientes. Primero, debemos promover el pensamiento crítico y la reflexión sobre la misma función universitaria. En un ambiente de silencio sepulcral de los y las profesoras universitarias, donde los pocos estudiantes que levantan su voz en contra del autoritarismo y el nepotismo fueron judicializados dentro de un sistema de justicia que trabaja para consolidar la corrupción. ¿Cómo?

En un país donde las voces del presidente Arévalo y la vicepresidente Herrera han olvidado sus discursos sobre la autonomía universitaria, dentro de muchos de sus olvidos o sus incapacidades, debemos nosotros, los guatemaltecos rescatar a la universidad nacional y replantear una nueva visión de la educación pública superior, una que se base en las necesidades reales, en nuestros estudios locales, en la urgencia de salir de este terrible subdesarrollo en el que se empeña en mantenernos un grupito con poder, el pacto de corruptos. Desde las aulas universitarias gritemos con fuerza que no nos callarán y transformemos nuestra universidad. Hagámoslo. Si no es ahora, no será nunca Guatemala. 

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