Como dirían las viejas crónicas sociales: se reunió “la creme de la creme” y nadie sabe por qué se reunieron realmente. ¿Reunión religiosa? ¿Convocatoria política? ¿Mera cita diplomática? ¿Junta de cuates? Al final fueron 35 jefes de Estado, y de gobierno, los que llegaron. Resaltaron unos por su presencia y otros brillaron por su inexplicable ausencia. Emmanuel Macron y Brigitte, los flamantes anfitriones, aprovecharon el momento para pulir muchas imágenes; para empezar la imagen política de Macron que en las últimas semanas ha sufrido muchas abolladuras, pero también para consolidar una Francia renaciente, resiliente y, sobre todo, cristiana (sobre todo después de algunas vistas de las ceremonias olímpicas). El visitante más distinguido fue, nada más y nada menos, que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump quien, por esa misma importancia, se sentó al lado de los anfitriones. Fue también una invitación sorpresiva por cuanto se le equiparó con jefes de Estado en ejercicio; él todavía no lo es. Joe Biden, que sí es católico practicante, no llegó, pero sí su esposa Jill y su hija.
Imagino que en esas reuniones el protocolo debe ser muy perspicaz para acomodar tantos “egos”, personalidades y, sobre todo, mantener los equilibrios diplomáticos. Por ejemplo, la esposa de Macron no se sentó con él para darle lugar a Trump de tal manera que no se sentara a la par de la señora Biden. Inevitablemente se darán algunas fricciones: “¿Por qué me sentaron tan atrás”? Estaba también el anterior presidente francés, Sarkozy y su esposa Carla Bruni. El príncipe de Gales, Guillermo de Inglaterra, futuro jefe de la Iglesia de Inglaterra ocupó un lugar lateral. Sorprendió que los reyes de España, hayan declinado la invitación. Extraño. Ellos son los herederos naturales de los “Reyes Católicos” y entre sus títulos está el de “sus católicas majestades”.
Entre los monarcas que asistieron, unos de tradición católica: Felipe y Matilda de Bélgica. Alberto de Mónaco, sin su esposa (al igual que Guillermo). En representación de Italia llegó la primera ministra, Giorgia Meloni. A quienes no se les vió fueron Federico y Mary de Dinamarca; tampoco Carlos Gustavo y Silvia de Suecia, como ningún representante de la familia real noruega. Tradicionalmente esas casas reales escandinavas son de tradición luterana, pero esas fisuras históricas están ampliamente superadas. Debieron asisitir. Hasta monarcas con atuendos árabes llegaron, presumiblemente, musulmanes, pero allí estaban, muy respetuosos. En primera fila estaba también Volodimir Zelensky, a quien aplaudieron mucho. Ignoro si Putin estaba invitado. Tampoco sé, si Bernardo Arévalo estaba convidado. No sé qué habrá hecho la Cancillería al respecto.
El ausente más destacado fue el Papa Francisco. Acaso por problemas de salud pero además hubiera acaparado toda la atención sobre las demás figuras que querían destacar. Hizo bien en quedarse en casa.
También se veían personalidades no políticas. Bernard Arnault, director general de LVMH y su hijo. Igualmente, el CEO de Kering Francois, Henri Pinault y su esposa, Salma Hayek. Ellos hicieron contribuciones muy generosas. También se recaudaron aportes de todo el mundo para los gastos de la reparación que al final llegó a casi mil millones de dólares. Otro asistente distinguido fue Elon Musk, quien se declara agnóstico, aunque respetuoso de las ideas cristianas. Realmente ¿qué lo motivaría a asistir?
Obviamente que se desplegó un intenso aparato de seguridad. De hecho cerraron toda la Ile de la Cité. Muchísima gente a la que cuidar.
Ahora bien, como arriba iba indico, la celebración, por todo lo alto, era de tipo religioso. De hecho se escogió una fecha muy importante en el jubileo católico como es la Inmaculada Concepción. Después de todo se trataba de consagrar, nuevamente, un templo católico y se ofició una misa. Pero Macron aprovechó para catapultar la imagen de Francia aunque insistió que era un tributo al arte, al ingenio, a la tradición y un reconocimiento a los artesanos que ocho siglos atrás levantaron ese increíble monumento y a los artesanos de hoy que con mucho valor trabajaron en la reconstrucción.
Quedó grabada la idea que el resurgimiento de Notre Dame no es un logro que no pertenece solo a los franceses, sino que es un tesoro global, un triunfo del ingenio y de la perseverancia humana frente a los infortunios. Después de la reapertura se espera que la catedral reciba 15 millones de visitantes al año, frente a los 12 millones que recibía antes de la tragedia. Se espera igualmente, que la fe, tan escondida con esta marea materialista, encuentre también una chispa que ilumine nuestras sociedades modernas en las que, a pesar de toda la tecnología, no se encuentra armonía ni propósito en las vidas.