Aquel amigo, después de años sin verse, se encontró con el Presidente de manera fortuita. Tras un rato de conversar sobre situaciones particulares, se enfrascaron en lo nacional.
—No me vayas a venir con la cantaleta de fracaso, en mi lucha contra la corrupción.
—No, amigo, la forma de derrotismo que quiero comentarte es diferente. Para empezar, la gente no está preocupada por lo que sucede en el Estado ni por el comportamiento de sus hombres; no les inquieta el uso del poder ni la forma en que se adquiere riqueza. La gente está preocupada por las duras condiciones de vida que debe enfrentar.
—Eso no es nuevo, amigo. Hacemos lo que podemos para aliviar los males de la gente y a la vez luchamos contra la corrupción como prometí. Sin justicia y equidad, estamos trabajando cuesta arriba.
—Mira, a cómo están las cosas, y si realmente quieres exterminar la corrupción, no basta con usar la inteligencia. La lucha contra la corrupción, haciendo uso inteligente de la normativa y de la justicia, como tú defiendes y estás haciendo, resulta insuficiente y quizá un error; es arar en el mar, por la sencilla razón de que estás luchando contra gente que también cuenta con inteligencia, pero que además tiene los recursos para retorcer todo a su favor y tergiversar la ejecución de la ley, ya que ellos controlan ese nivel de decisión. Ante eso, a tu gente y al pueblo, les resulta difícil tener fe y apostar por una victoria a través de tu vía.
—No tengo salida, si no actúo como lo estoy haciendo, se debilita lo logrado para la democracia.
—Creo que violentas la realidad, amigo presidente. No tenemos democracia más que en papel. La esencia del uso de la inteligencia del corrupto, radica en la organización y el funcionamiento que tienen dentro de las instituciones. Utilizando armas poderosas y sofisticadas, ellos te tienen cercado, mientras que tu actuar, tu apedreo, les hace cosquillas.
— ¿Y, qué se necesita, según tú?
—Mira, empieza por modificar tu actuar. No entraré en detalles. Tú, después de un año en tu puesto, ya sabes lo que el hombre de la calle también conoce: los cálculos, las argucias y los mecanismos que utilizan las personas desalmadas para llevar a cabo sus marufias. Si comparas lo que tú haces, con lo que ellos han hecho y están haciendo para alcanzar sus metas, te quedas, insisto, con piedras en la mano, mientras ellos utilizan armamento de alto calibre.
—¿Y entonces qué me queda?
—Tienes que dejar a un lado las interpretaciones e ir a los resultados. Este accionar no necesita de mucho pensamiento; simplemente te lanzas, y aquí solo caben dos posibilidades: te acompaña el pueblo o solo tu grupo.
—¿Y si el pueblo no apoya?
—¡Renuncias! El que calla otorga. ¿Para qué gobernar a un pueblo que prefiere las cosas como están en lugar de arriesgarse?
—¿Y si…?
—Deja de pensar en «y si». Olvídate de los cálculos; tienes la información sobre lo que sucede y ve directamente al resultado. Insisto: lo que estás haciendo en este momento, contradice la viabilidad de tu lucha; tienes que pactar con la población, no con papeles. Y si no responde, toma tus cosas y ¡adiós! Cumpliste luchando.
—Con lo que me dices, la gente dirá que me acobardé.
—Tanto es tu orgullo y tu vanidad. ¡No hombre! el único decente para juzgar es la historia. La gente pasa y se olvida, pero la historia no. Dirá: «Empleó su valor» (el talento ya se te reconoce) y trató de abrir las puertas de la democracia. Tu formación académica y diplomática, guárdalas un poco en tu morral.