La noticia del día respecto a la denuncia de la SAT por posible evasión de Q6.9 millones es solo eso, una información más. Los periódicos nos tienen acostumbrado a ello, sin que sea esa su intención porque cumplen con su compromiso de evidenciar los acontecimientos de la vida política.
Sin embargo es inevitable que la corrupción no nos conmueva. Es como si la sintiéramos nuestra, un hecho cultural, en donde lo que queda es la aceptación serena o resignada. Como mucho, quizá, evitando que lo robado no sea excesivo. La perversión sería así tolerada.
Ese supuesto principio de realidad se da también con el clientelismo. Nos parece “normal” la paga de favores dentro y fuera del mundo político. Tanto como el nepotismo. A veces expresamos socialmente una especie de vida tribal que nos pone fuera de las conquistas intelectuales y morales alcanzadas en el tiempo. Algo semejante a ser parte de universos alternos en los que marchamos a nuestro ritmo.
Lo anterior se complementa con la pasividad ciudadana. Expresamos desafección en materia política. Indiferencia. No nos importa por sentirnos demasiado dignos. Pero además, ¿a quién se le ocurriría cambiar el sistema? Involucrarse en la militancia política es cuanto menos una quijotada peligrosa. No estamos para ello, mejor tras bambalinas o simplemente dedicándonos a otros negocios.
Tanto realismo es la causa, una de ellas, de lo que sufrimos en Guatemala. El protagonismo de los corruptos alcanza su perfección con el desprecio al ejercicio político de sus ciudadanos. Por ello, robar es una tarea posible, realizable y del todo rentable. Todo porque la comunidad la ha asumido con estoicismo mal comprendido, desde la comprensión del sentimiento de fatalidad.
La religión colabora. Muchos esperan que Dios haga lo suyo. La fe moverá montañas y pondrá a cada uno en su lugar. Lo importante es que “yo” sea bueno. Si cambio yo, transformo el mundo. Con esas ideas, propias también de la filosofía capitalista en el que reina el individuo, me justifico a sabiendas que “Dios tiene el control” y debo ser optimista.
No es casual que quienes cometen delitos manipulen la fe. Dios está en su boca. Vestidos de corderos visitan iglesias y eventualmente dan el diezmo. Quieren no solo asegurar su puesto en el cielo, comprándolo, sino conectar con la audiencia que luego los votará y será indulgente con sus ambiciones. Así funciona el país desafortunadamente.
Comprenderlo puede ayudar a sustituir la realidad. Requiere, como se ve, una acción opuesta a la pasividad. Con acciones positivas, más allá de la denuncia cómoda en las redes, se puede poner en crisis la estructura hecha para el latrocinio y el delito. Lo nuestro no es un destino, es posible reinventar una esfera en el que haya oportunidades para todos. No es cierto que este sea el mejor de los mundos. Tenemos que despertar.