En los años de mi formación pedagógica existía un entusiasmo por la obra de Freire que impulsaba a los profesores a proponer su lectura. Los estudiantes, un tanto cansados por la filosofía de la educación continental, abrazábamos sus propuestas que considerábamos aterrizadas en nuestra realidad. Pero, además, sentíamos que como educadores teníamos esa misión sugerida por el pensador.
Hoy, sin embargo, me parece que el brasileño ha quedado en el olvido o, por decir lo menos, se estudia con poca emoción. Es una pena porque su análisis sigue vigente en contextos similares a los que le tocó vivir. Su «Pedagogía del oprimido» actualiza la necesidad de ir hacia los pobres e integrarlos a un proyecto cultural crítico, capaz de transformar, como decía Dussel, «la totalidad vigente».
Similar discurso puede decirse de «La educación como práctica de la libertad». Una propuesta que hace del educador no solo un transmisor de contenidos, sino generador de conciencia que problematiza. Insiste en contra de la educación bancaria, de la actitud arrogante de maestros sabihondos y de prácticas desvinculadas con la realidad. La educación, según el filósofo, debe incidir en todas las áreas de la persona humana.
Cuánta falta nos hace. Especialmente por la crisis contemporánea derivada del poscapitalismo. El sistema que hace que privilegiemos el consumo y el descarte como forma de vida. Sin olvidar, la praxis por la que, en condiciones de trabajadores subocupados o en precariedad, nos autoexplotamos admitiendo el timo del imperativo de la productividad, el rendimiento y el emprendedurismo.
Se le echa de menos ahora que vivimos en la era del selfi, cuando la idea de comunidad no figura en la base de nuestras decisiones. Tiempos para vernos el ombligo, según nuestra enfermiza autorreferencia. Porque lo que priva es el narcisismo intolerante donde no caben los otros, siempre extranjeros, raros y amenazantes.
Freire tendría mucho por decir en un mundo de zombis. Esa sociedad distraída en los teléfonos inteligentes incapaz de discursos propios. La mayoría manipulada por los ultrarricos que disponen los algoritmos para ocuparnos y distraernos. Nunca como hoy impera la necesidad de ser libres.
Ser agentes de cambio es la única salida. Ejercer la crítica que transforme el aparato desde la recuperación de un discurso humanizador. Una narrativa alterna que provenga de la comunidad de sujetos libres y en oposición al opresor. Los protagonistas fundadores de la civilización del amor, la concordia y el diálogo. Freire murió afirmando la posibilidad.