Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Continúo con la transcripción del libro “La casa de Belén”:

“”Fray Bernardino era entonces un joven activo y fuerte; ahora, a sus 75 años, estaba pagando el precio de los años y sufría de muchos achaques, peroinsistió de favor que lo llevaran a tan importante acontecimiento. Estaba sorprendido y admirado de la belleza simple de la nueva construcción y de las imágenes sacras y pinturas que se expusieron para la devoción. 

En las paredes laterales de la iglesia se colocaron cuadros del afamado pintor don Antonio deMontúfara quien se invitó a la ceremonia. Era miembro de una familia de pintores y encarnadores y reconocido como uno de los mejores artistas de la ciudad. Fue también militar que mucho tiempo estuvo de servicio; acaso por eso tenía un carácter muy reservado y poco inclinado a eventos públicos. Llegó un breve momento para contemplar sus óleos ydespués dehacer los saludos pertinentes se retiró.   

Otro invitado que estuvo presente desde el inicio fue el terciario franciscano don Pedro de la Rosa.Un hombre mayor que, al igual que fray Bernardino, denotaba dolencias cada vez que daba un paso. Había nacido Carrión de los Condes, pueblo que se asentaba en uno de los recodos del río Carrión cercade Palencia.De joven llegó a Santiago y se dedicó a labores de funcionario de la Real Audiencia. Al retirarse se inclinó por el arte de la escultura. En tan solo 15 años de práctica fue aprendiendo los secretos deloficio,aunque nunca figuró en los listados de talladores de esos años; a pesar de no ser maestro de obra formal, sus imágenes eran bien aceptadas para la pública veneración. Su cincel y sus manos de escultor los movía con mucha precisión, una fe profunda y un gran deseo de compartir con las gentes la pesadumbre por los sufrimientos de Cristo. 

Temprano, esa mañana, unas horas antes de que llegara la concurrencia, el escultor de la Rosa había escrito en dos papeles que colocó dentro de la talla de la imagen. En el anverso del primer manuscrito escribió:Hizo esta santa hechura de este crucifijo Pedro de la Rosa Hermano de la Tercera Orden de nuestro Padre San Francisco, por mandado del padre Comisario Fray Hernando Espino;págomela hechura el regidor don Juan de Sabaleta y la pintó y encarnó de limosna don Antonio Montúfar, acabé” y en el reverso del mismo se permitió una anotación personalizada: “este año de mil seiscientos y 57 años, y seestrena Dios mediante este primerviernes de dicho año; pido por amorde Dios a quién esto leyere meencomiendea Dios y me oiga una misa.Pedro de la Rosa 

Enel segundo papel consignó: “LausDeo.Estrenósecon la pinturadel cuerpo de la iglesia de este Santo Calvario, la santa imagen de Cristo del sepulcro es también de mis indignas manos; ambas hechurasson propiedad de este Santo Calvariosiendo moradores del, los hermanos Pedro Betancur y don Pedro Ubierna. Siendo ministro de la Tercera Orden don Antonio de Estrada». Nadie tuvo conocimiento de las dos notas, y menos iban a sospechar que estaban escondidas en el interior de las imágenes; acaso, de saberlo, el hermano Pedro hubiera puesto alguna objeción por cuanto rehuía a todo reconocimiento o mención.   

Colocaron la sacra imagen en el sitial que le correspondía en el altar principal cubierta con un velo. Cuando lo destaparon se escuchó un murmuro de admiración entre la concurrencia. No por los despliegues artísticos de la obra, que realmente no los destacaba. Impresionó a todos el mensaje de un Cristo colgado todavía en agonía, con los ojos semicerrados y la boca entreabierta. 

–Maestro, qué imagen más bella. 

–Gracias por dos veces Pedro, mucho honor hacéis a este aprendiz, mero aficionado, que lejos estoy de considerarme un maestro, pero te entiendo y asimismo agradezco tu complacencia con la imagen.  

–Es que no se detiene mi asombro maestro, perdón, don Pedro. He visto y me he postrado ante muchas imágenes de Cristo crucificado o Cristo de Ánimas, pero esta tiene algo de especial. Estamos acostumbrados a ver el rostro de Jesús en agonía, con dolor extremo o bien ya resignado. Es claro que así rememoramos algo del infinito dolor que por nuestros pecados padeció Nuestro Señor, pero esta imagen transmite el dolor, pero también una placidez en una relación muy difícil de combinar en una sola escultura.  

 Como el artista quedó en silencio, Pedro continuó:  

–Como que Jesús estuviera sonriendo.En medio del insoportable tormento que sufrían sus carnes, pareciera que al mismo tiempo estuviera vislumbrando la gloria. Como que se ubicaba en los dos escenarios, el plano terrenal donde agonizaba y el plano celestial donde ya veía los reflejos de su Padre. Así es como todos deberíamos estar a la hora del encuentro con Dios. Bello recordatorio de cómo tenemos que vivir y morir: contemplando al mismo tiempo este mundo que habremos de dejar y el cielo al que aspiramos llegar. “” 

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