Javier Monterroso

Las cárceles son la forma más “humana” que los países civilizados han encontrado para enfrentar la criminalidad, el haber convertido a la prisión en la pena principal fue un paso importante para la civilización occidental, después de pasar por la Ley del Talión, los castigos corporales, la horca, la guillotina y muchas otras barbaridades. Fue precisamente en la Inglaterra de la revolución industrial donde nace la cárcel moderna como una institución destinada a volver a hacer productivos a los delincuentes, la idea era que las cárceles fueran una especie de fábricas en donde por medio de la disciplina y el trabajo se incorporara nuevamente a los delincuentes a la cadena de producción económica.

Por supuesto que la versión ideal es la que se implementa en mayor o menor medida en los países desarrollados, mientras que en el tercer mundo las ideas más avanzadas se pervierten y terminan siendo letra muerta en leyes y programas que nunca se implementan, así el Sistema Penitenciario guatemalteco nunca ha sido un centro de rehabilitación, la versión “a la tor trix” es un infierno en el que la gran mayoría de personas sufre vejámenes y violaciones a los derechos humanos.

Según datos de la Procuraduría de los Derechos Humanos en el año 2015 han muerto 94 personas en las cárceles del país, de estos al menos 46 por causas violentas incluyendo a los 16 pandilleros asesinados la semana pasada, pero tampoco existe certeza de que los otros 48 privados de libertad supuestamente muertos por causas naturales o por enfermedad no hayan sido asesinados también. De acuerdo con datos de Prensa Libre del 7/12/2015 casi la mitad de los 19 mil 900 reclusos se encuentran en prisión preventiva, es decir aún están pendientes de que se compruebe su culpabilidad en un juicio. El hacinamiento es uno de los principales problemas, por ejemplo en el famoso “Boquerón” en donde hay espacio para 80 personas pero actualmente hay más de 500, los servicios básicos son inexistentes o insalubres, el control de la seguridad es manejado por los propios reos, los pandilleros extorsionan a los que no lo son, en fin un infierno.

Pero las cárceles además son un fiel reflejo del sistema social guatemalteco, pues si un preso tiene recursos económicos y/o cobertura política tiene mucho mejores servicios, no se encuentra hacinado, y tiene más o menos satisfechas sus necesidades básicas, por ejemplo el expresidente de la República Otto Pérez Molina cuenta con un horno de microondas, una minirefrigeradora, equipo de ejercicio, televisión, entre otros beneficios.

Las cárceles en estas condiciones son una amenaza para la seguridad no solo de los reos sino también de la población en general, una política de seguridad efectiva debe incluir una reforma integral del Sistema Penitenciario que incluya la igualdad de condiciones mínimas y permita la resocialización de todos los privados de libertad. Sí, ya sé que la mayoría de personas quisiera prenderle fuego a las cárceles y quemar a los reos dentro, pero eso no se puede hacer a menos que quieran irse a vivir al Estado Islámico, si la Constitución y las leyes guatemaltecas plantean que el Sistema Penitenciario debe resocializar, al menos hay que crear las condiciones para hacerlo.

Artículo anteriorLos límites porosos de la democracia en Guatemala
Artículo siguienteTerrorismo y derechos humanos