Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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—Imagino un perro durmiendo al sol, en una balsa que navega lentamente aguas abajo, por un río ancho y tranquilo.
—¿Y entonces?
—Entonces –contestó– imagino que soy ese perro y me duermo.
A. Bioy Casares, Dormir al sol

El verbo «desertar» nunca me ha sido ajeno porque ya desde la década de los ochenta los jóvenes en Nicaragua, llevados forzosamente a la guerra, lo conjugaban de manera natural.  Era la época del servicio militar obligatorio en el que, según las consignas revolucionarias, había que terminar con la invasión norteamericana.

Por ello, el título del libro de Franco «Bifo» Berardi, «Disertate», no pudo menos que arrancarme un suspiro por el recuerdo del tiempo en mis años de adolescencia. En ese contexto, «desertar» era una decisión de vida o muerte asumida por los jóvenes aun a riesgo de cualquier costo.

Personalmente, la deserción la he ido entendiendo como una especie de capitulación. Una «Huida», según Heidegger, que evita enfrentarnos con los grandes temas de la vida. Me cuesta percibirla, como hace «Bifo», de manera positiva, tratando incluso de presentarla como militancia política incompatible con la indiferencia.

Para el filósofo, la deserción nace del desencanto, la conciencia de la precariedad laboral, los conflictos bélicos, el cambio climático y, en suma, de un porvenir oscuro, lleno de signos apocalípticos. Tiene razón en su diagnóstico. Lo que acontece ofrece pocos motivos de alegría. La decadencia parece acelerarse en un tránsito hacia la desaparición de la especie.

Es su lectura gris, compartida, la que lo lleva a proponer la deserción en cinco niveles: 1. Deserción al trabajo; 2. Deserción al consumo; 3. Deserción a la participación política; 4. Deserción de la guerra; 5. Deserción de la procreación.  Hacer lo opuesto según él, desde el orden establecido, profundizará más el colapso mental en el que nos encontramos.  Por ello, concluye, lo único que queda es bajarse del tren, encontrar nuevos sentidos y concertar un movimiento pasivista.

«Tenemos que parar todas las formas de producción de soledad de masas y de destrucción de lazos de solidaridad, tenemos que parar la cultura de la competencia, tenemos que abandonar toda forma de sujeción psicopatógena. En definitiva, tenemos que desertar. Desertar de la guerra, desertar de la política, del mundo libre y de su contrario. Desertar del trabajo precario y esclavizante».

El proyecto de cambio de Berardi es justificable.  Sin embargo, su propuesta, aún con expresiones como «renuncia creativa» para imaginar lo inimaginable, parece más una invitación que hace el juego al sistema.  Sentimiento parecido que me hizo recordar el famoso Indignez-vous! de Stéphane Hessel.  Como que fuera suficiente la indignación para rescatarnos de la bancarrota mundial.

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