María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

En los días recientes se han conmemorado los días del comunicador social, periodista y locutor, muchos de ellos son quienes tienen en sus manos la posibilidad de llegar hasta lo más íntimo de los hogares guatemaltecos, dentro del seno de los cuales generan y forman la opinión de sus miembros.

Si bien, el tener el acceso y la posibilidad de influir en la sociedad de tal manera, a través de externar el pensamiento puede considerarse un enorme privilegio, no hay que dejar de lado la responsabilidad que implica esta labor. En Guatemala, estamos acostumbrados a recibir noticias sesgadas, poco objetivas y tendientes al favorecimiento de los intereses de tal o cual medio.

La tarea de comunicar es sin duda una de las más importantes dentro de las sociedades, más aún en las modernas donde los flujos informativos parecieran no tener límites y cuya procedencia es frecuentemente incuestionada. Por ello considero tan determinante la existencia de medios y emisores del pensamiento serios y confiables que, en lugar de aportar en la segregación social coadyuven en la unificación de la misma.

“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión: este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”, establece la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Esto sin duda no se puede cuestionar, sin embargo, me parece pertinente hacer una breve reflexión en torno a la existencia de algunas limitaciones para este ejercicio en el caso de quienes se dedican a la comunicación.

Cada vez es más común observar o escuchar aseveraciones acerca de situaciones o personas en específico con connotaciones positivas o negativas sin una base sólida que respalde lo que se afirma. De esa cuenta resultan dioses sin méritos y culpables sin delitos que se constituyen en estos por el simple hecho de que un medio de comunicación así lo ha publicado. También se cae en la denigración de personas por el simple hecho de pertenecer a una vertiente distinta de pensamiento a la propia. Surgen después exclusiones y burlas de carácter religioso, racial, ideológico, entre otros.

No quiero decir con ello que se deba reprimir el pensamiento y dejar de expresarlo, solamente que debemos actuar bajo el principio que dicta que la propia libertad termina en donde empieza la libertad del otro. El no hacerlo ha dejado consecuencias lamentables alrededor del mundo tales como las protestas violentas en el medio oriente derivadas de la presentación del filme “The Innocence of Muslims” (2012) o el ataque a las oficinas de Charlie Hebdo desatado por una de las caricaturas de la revista francesa en 2015, por mencionar algunas de alto impacto.

La pluma, el micrófono, la cámara o cualquiera sea el instrumento que utilicemos para ejercer nuestra libertad de expresión debe ser disciplinado y, aún más importante, responsable. Dejar de lado el chisme, el atropello, la desinformación intencionada, etc. Será fundamental para la recuperación de la credibilidad en el gremio periodístico y para que la expresión pueda ser finalmente enmarcada dentro de la verdadera libertad.

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