Donald Trump ya es el virtual presidente electo de los Estados Unidos y el Partido Republicano controlará el Senado.
A nivel mundial, la geopolítica se verá impactada. La Unión Europea estará, desde su debilidad, angustiada con perder a su “protector”, a cuyos designios se ha dócilmente subordinado. Tiembla al solo pensar que Estados Unidos podría salirse de la OTAN. China y Rusia seguramente estarán de fiesta, a pesar de que la guerra económica se plantea como relevante a partir del proteccionismo que Trump enarbola. En esa guerra, China está en la delantera.
El futuro de las guerras promovidas o apoyadas por el establishment representado en el partido demócrata está en cuestión, dado el planteamiento aislacionista de la política exterior de esa potencia mundial que traza Trump.
En América Latina, el progresismo es impactado. El triunfo de Donald Trump inspira y alienta el avance del pensamiento conservador fundamentalista.
En Guatemala, las derechas, tanto las ideológicas como las corruptas, están de fiesta. Esta diferente calificación de esas tendencias políticas es importante porque las primeras están más relacionadas con los valores conservadores, mientras las segundas se fundamentan en sus intereses corruptos. Sin embargo, a pesar de esa importante diferencia conceptual, en la práctica ambas han coincidido, al menos hasta ahora. En este momento, con el virtual triunfo de Trump, ambas tendencias políticas podrían consolidar su convergencia. Los “golpistas” estarán emborrachados de felicidad.
Por su parte, las fuerzas progresistas en Guatemala están de pésame. Se percibe que el gobierno de Bernardo Arévalo estaría perdiendo un aliado fundamental, ya que el apoyo de los demócratas a su gestión ha sido más que evidente.
Lo cierto es que el triunfo electoral de Trump plantea una nueva coyuntura política en nuestro país, la cual se expresa en dos escenarios. El más peligroso para el país sería la consolidación de los “golpistas” entre los cuales convergerían las derechas, tanto las ideológicas como las corruptas.
Pero, pecando de excesivo optimismo, también podría ser una coyuntura excepcional para buscar un acuerdo político que se base en los actores nacionales y no en la búsqueda del beneplácito y el apoyo imperial.
Bernardo Arévalo puede jugar un papel fundamental en esta opción de buscar un acuerdo nacional. Por una parte, consolidar su alianza con quienes son su soporte social y político, los pueblos indígenas y el movimiento campesino. Esto implica, en el futuro inmediato, que esas poblaciones perciban mejoras inmediatas en sus condiciones materiales de vida. A estos sectores sociales no se les puede pedir, en aras de la “gobernabilidad”, que “moderen” sus reivindicaciones inmediatas. Pero, al mismo tiempo, Bernardo Arévalo debe constituirse en un puente hacia las derechas ideológicas, que comprendan que el futuro del país y de ellos mismos está amarrado a la democracia y no a los intereses de las redes político criminales. En pocas palabras, que no sigan abiertas o de manera encubierta siendo parte de los “golpistas”.
Tanto los progresistas como las derechas conservadoras (no las corruptas obviamente) deben entender que la solución a los problemas nacionales no está en las visitas a “la embajada”, ni en los reiterados viajes a Washington. Está en nuestra capacidad de llegar a acuerdos nacionales, pero concebidos como los caminos para superar la grosera desigualdad existente, la generalizada pobreza que sigue prevaleciendo y la infame exclusión, particularmente la que sufren los pueblos indígenas.
En síntesis, estamos en una encrucijada.