Mientras en los Estados Unidos el mundo polarizado se refleja intensamente entre demócratas y republicanos, con un 49% para Harris y 49% para Trump. Para ser sincero, cuando yo estudié en los Estados Unidos en la década de 1990 me fue difícil distinguir entre un republicano y un demócrata. Mi estancia en Estados Unidos coincidió con el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, fue un momento en que el mundo cambió. Ya para entonces América Latina no era prioridad para los Estados Unidos, en general los gringos no conocían donde quedaba Guatemala cuando me preguntaban de donde era yo. Si bien para entonces yo no percibía grandes diferencias entre demócratas y republicanos, el mundo terminó cayendo en manos de populistas, de izquierda o de derecha. La democracia pregonada se ha convertido entonces en un slogan para llegar al poder. En el fondo, aún no creemos que debe existir un gobierno del pueblo y para el pueblo.
Las elecciones se han convertido en mecanismos de control para pequeños grupos en el poder que permitirán cambio solamente si sus intereses mezquinos no se tocan. En las recientes elecciones guatemaltecas, el ministerio público hizo todo lo posible por no reconocer el triunfo del Partido Político Semilla y de su candidato presidencial Bernardo Arévalo. Cuando vieron que no podían hacer esto, luego de inventar una decena de casos falsos, casos que se encuentran aún abiertos, casos sin evidencias, porque para estos poderes que se apoderan de los países no existe evidencia, nada de eso. El modus operandi del ministerio público guatemalteco, donde la justicia está cooptada por grupos recalcitrantes, es el mismo modo de actuar de todo populista como Donald Trump: Inventar mentiras para dominar la narrativa, quizá la más conocida fue que Barak Obama no era nacido en Estados Unidos, tan similar a su caballito de batalla actual de que los haitianos se comen las mascotas en Springfield, Ohio. No hay diferencia con las mentiras que sacaron los de la derecha guatemalteca de que Bernardo Arévalo era comunista y así la narrativa en contra de Semilla porque perdieron rotundamente la votación en la segunda vuelta electoral.
Pero las elecciones guatemaltecas no fueron suficientes para sentar de nuevo la democracia, como tampoco la reñida elección entre Biden y Trump dilucidó la intensa polarización de los estadounidenses. Trump entonces hizo berrinche e intentó dar un golpe de Estado en un país que aparenta democracia. Trump, un antidemocracia, un populista manipulador compulsivo, había convertido al país del norte en el hazme reír del mundo. Nosotros acá en el sur teníamos de presidente a otro manipulador hasta los tuétanos, con una ambición desmedida de poder y dinero que dejó al país en trapos de cucaracha, se robó todo lo que pudo y que el ministerio público le permitió: Todo. Para entonces, la fiscal general la había nombrado Jimmy Morales, otro payaso enfermo que solamente fue la marioneta de los grupos de poder de la extrema derecha guatemalteca que sueñan con tener a Trump de nuevo en los Estados Unidos. El trabajo de la nueva fiscal de Morales, ratificada por Giammattei, para que vean nuestra independencia de poderes, fue sacar a la CICIG y preparar todo el escenario jurídico para que Giammattei, un defensor de la familia decía él, y su novio, el jefe del Centro de Gobierno, pudieran robar a manos llenas, sin control de nada, de nada. De eso, no dijimos nada.
La fiscal general se dio cuenta que Giammattei quería de todo menos democracia y mucho menos transparencia. Este expresidente sí tenía una agenda clara de gobierno: Robar y robar. Imagino entonces la sensación que tuvo la vicepresidente Kamala Harris al conocer a Giammattei y tratar de entender su inglés distorsionado y visualizar su moral descuartizada. Pero los guatemaltecos no salimos a las calles a protestar por el saqueo hecho por Giammattei, lo vimos pasar. Despertamos nuevamente cuando la intención del ministerio público era clara de robarse las elecciones. La lucha popular fue férrea y lo que logramos entonces es valioso, la ruptura de viejas dicotomías que nos habían tenido amarrados. Pero Giammattei solamente fue otro de los tiranos que transformaron profundamente el sistema de justicia para ponerlo a favor de la corrupción. Ese parece ahora ser un fenómeno global.
La democracia en Estados Unidos nuevamente tiene una prueba de fuego. La democracia nuestra también tiene su propia prueba de fuego. En el momento en que nos encontramos el país tiene un dictador desde el ministerio público, una estrategia de muchos tiranos: Capturar el sistema de justicia. De hecho, la derecha rancia guatemalteca tiene cooptada todas las instituciones y le ha reducido cualquier posibilidad de maniobra al presidente actual, desde el mismo congreso de la república hasta las instituciones cooptadas, no digamos la ridícula campaña mediática en la redes sociales. Pero la lucha por la recuperación de la democracia debe ser replanteada por todos y todas las guatemaltecas, desde el mismo presidente quien debe reconocer que en este momento no es diplomático, es presidente y debe liderar esta transformación fundamental. Vamos Guatemala. Hagámoslo ya, salvemos esta decadente democracia. Si no es ahora, no será nunca.