Como ocurre con casi toda clase de comidas, el fiambre suele gustarle a unos y a otros no. Eso es algo natural. Una situación normal, sobre todo si consideramos lo singular de esa particular mezcla de carnes; embutidos y vegetales, cuyos secretos poco importan mientras se le siga considerando una exquisitez culinaria propia de una época que anuncia la cercanía del final del año.

“¿Cómo surgió el fiambre?” Me preguntaron, mientras degustaba en casa un plato artística y generosamente decorado con tiras de queso y algunos vegetales encurtidos que usualmente no consumo. “He de reconocer que desconozco su origen”, respondí, pero vino a mi mente una peculiar historia cuya veracidad también desconozco, pero que sin duda constituye una suerte de jocoso elemento de la cultura popular:

“En una abadía o convento de antaño, un sitio pobre en alguna parte remota del territorio nacional, cierto día fue anunciada la visita inminente de un arzobispo o alto jerarca de la Iglesia. Las religiosas residentes del lugar, preocupadas ante la visita y ante la imposibilidad de ofrecer una comida preparada con el esmero y calidad que supone un visitante como aquel, tuvieron una idea que resultó ingeniosa.

Decidieron reunir algunas pocas verduras cosechadas por ellas mismas en el pequeño huerto que cultivaban en alguna parte de la abadía. Las cortaron y picaron con esmero y procedieron a hervirlas y encurtirlas. Poco antes del arribo del visitante mezclaron todo con pequeños trozos de algunas carnes ―que vaya a saber cómo obtuvieron―, y decoraron la mezcla lo mejor que pudieron en un plato que dejaron reposar.

Cuando la visita hubo llegado y concluido sus diligencias, fue convidada a almorzar un platillo suculento cuyo nombre desconocía y que le resultó muy apetitoso. Las anfitrionas, ante la ausencia de un nombre para aquel plato que había resultado toda una sensación, se limitaron a indicar que, aquello que le habían servido y tanto le había gustado, era un Fiambre”. 

Desde entonces, el fiambre se convirtió en un plato tradicional que, de haber surgido como una curiosidad gastronómica producto de ciertas limitaciones y pobrezas, en la actualidad constituye un considerable desembolso para quienes gustan de disfrutarlo y tienen la posibilidad de adquirirlo ya preparado o lo preparan en su propio hogar. He allí la paradoja del Fiambre.

Si aquella historia es real, no lo sé. Quizá no, pero ilustra fabulosamente y de forma graciosa un pasaje de la cultura popular propia de esta parte del mundo y de esta época del año. 

Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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