Hace muchos años un señor llamado Fuller escribió “Sin Historia, el alma de un hombre es ciega, y sólo ve las cosas que casi le tocan los ojos” pues perece que desde hace muchas generaciones así ha producido Guatemala. Todas las generaciones adultas vivientes en nuestro solar patrio, han estado más concentradas en sí mismas que en las otras; y los individuos también. Estamos como cuando nuestros antepasados bajamos de los árboles: más absortos en la competitividad que en la cooperación y confíanos y nos enorgullecemos tanto del progreso que hemos logrado en la ciencia, en el consumismo, en la diversión, en el comer y descansar, en todo tipo de interés que satisfaga nuestro presente insistente, que hemos descuidado el ser que somos y nos hemos metido de lleno a percibir como verdad absoluta lo que nuestros contemporáneos y predecesores inmediatos han logrado tanto para que disfrutemos, como para ponernos mucho más allá del pasado cargado de dolor y tristeza. De modo que parecería casi una pérdida de tiempo, realizar un esfuerzo para logros en un mañana.
En ninguna de las experiencias esto es más cierto que en la política y la sociología, expuestas a constantes cambios, que tantas veces ha descarriado a generaciones predecesoras y tiene en jaque a las actuales. Al igual que la tierra, estamos entrando en terreno tan resbaladizo como peligroso para nuestra propia subsistencia. Estamos entrando en una época en la que la cooperación original tanto biológica como psicológica, como actividad principal de bienestar se ha y va perdiendo, dando lugar en contraposición, a pocas horas semanales, quizá minutos, dedicados a colaborar al bienestar común, pues eso nos lo imposibilita las ajetreadas vidas que llevamos, en que la dependencia tecnológica, se está volviendo cada vez más importante y más la regla de convivir y sobrevivir. El contacto y la atención personal ocupa cada vez menos tiempo.
Doy un ejemplo: La juventud, esa generación de apertura del presente siglo, ha olvidado de que el mejor trabajo del mundo, hasta el siglo XX, fue realizado principalmente por hombres jóvenes. Se ha vuelto totalmente dependiente de la tecnología en todas sus formas, que gobierna tanto el activar como el responder de su cerebro. Prácticamente, no existe en la mayoría de nuestros jóvenes (los maestros tienen claro ejemplo de ello) una brillantez de ingenio, sueños y fantasías; ideas y ocurrencias, volcados a realidad, pues su realidad se ha reducido a consumir vida ajena a través de una máquina cargada de imágenes, sonidos e ideas ajenas, fuera de contexto. Cuando se analiza la historia hasta el siglo XX prácticamente no había descubrimiento científico, tecnológico, que no hubiera sido realizado por un joven menor de cuarenta años; algunos de ellos de hecho, solo al comienzo de su tercera década de vida. Casi sin excepción, fueron hombres amados por quienes los rodeaban por su abnegada devoción no solo a la ciencia, sino también a sus hermanos. En la actualidad, causas y factores subsidiarios de lo que nos sucede a diario, se echan en saco sin resolver y los llevamos a cuestas, sin darnos cuenta que eso es motivo de nuestros males individuales y colectivos. Yo diría que consumismo y avaricia en el mundo, son los que tienen a la especie al borde de su desaparición.
En esto hay algo más. El espíritu investigador, de búsqueda, de análisis es comunicable, y se puede esperar que los alumnos de un gran maestro continúen su trabajo, sobre todo que agreguen. En estos momentos, ese espíritu, si así se le puede llamar, se encuentra engavetado en el desván de la educación y formación, se hable de hogar o escuela. Los grandes descubrimientos en las ciencias, antes no tenían fronteras y eso a pesar de la pobreza de las comunicaciones. Actualmente, estas últimas se han enriquecido de manera asombrosa, mientras el espíritu de innovación para el mayor bienestar de todos ha disminuido ¡paradójico no! El espíritu del genio que todos llevamos adentro se ha dormido. Los mensajes de internet, cual marcos teóricos en las mentes de los cibernautas (una considerable mayoría) adquieren valor de verdad religioso, sin percatarse de que es la observación y la aplicación derivada de ello lo que hace evolucionar nuestra parte humana. Es temerario, pero real: lo teórico frente al observador se ha comido al segundo, volviendo a la mayoría su discípulo y fiel seguidor sin cuestionar.