René Arturo Villegas Lara

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Hoy, 24 de octubre, mes cuando la luna es más hermosa, cumplo 85 años de edad. En el puente de mi vida he visto correr aguas cristalinas, turbias y correntadas de invierno. Nací cuando se iniciaba, según cuentan, la horrorosa Segunda Guerra Mundial; de eso, no tengo memoria; pero, sí del amanecer en la historia de Guatemala, que se dio con la Revolución de octubre de 1944, un poquito antes que cumpliera cinco años. Dios me dio el privilegio de mi memoria y por eso tengo un recuerdo de ese día que alborotó a todo el territorio nacional. Como “ishto novelero”, fui a presenciar la manifestación que se dio frente a la comandancia de la policía y escuché cuando el jefe ordenó a la escolta que dispararan a la población que gritaba consignas que yo no entendía. Después de la tormenta vino la calma y la escuela primaria ocupó nuestra atención para no saber nada de lo que sucedía. Un día de 1949, un bando municipal anunció en las esquinas que se suspendían la garantías y se regó la noticia que había bulla en la capital.  Entonces cerraron la escuela y de repente llegó una tanqueta que se detuvo en el parque Barrios, con una ametralladora dirigiendo el cañón dirigido hacia el cielo azul de mi pueblo. Una mañana pasó un avión y los soldados de la tanqueta agitaron una sábana blanca para indicar que eran de los mismos. En 1953 vino la estancia en la Escuela Normal y nos hicimos maestros. Fueron cinco años de una vida tranquila y placentera, aunque hubo algunas obscuridades en 1954, cuando cayó el gobierno de la Revolución. Los profesores auxiliares nos dijeron los internos que nos fuéramos a nuestros pueblos porque la “cosa estaba jodida”. Una noche, antes que apareciera un avión disparando a la Base militar de la Aurora, los inspectores juntaron un montón de libros que sacaron de las papeleras y les prendieron fuego como los nazis en Alemania. Cuando nos graduamos el 12 de octubre de 1957, hace sesenta y siete años, muchos logramos inscribirnos en la Universidad. Yo en la Facultad de Derecho. Allí pasé otros seis años y me gradué de abogado y notario en 1964. Desde 1962 he trabajado para la Universidad de San Carlos, y desde 1965 en la docencia, de manera que muchas promociones de abogados han recibido mi aporte a su formación, y espero que así sea, porque mi vocación es la docencia. Ya en la vida profesional he sido Presidente del Colegio de Abogados, del Instituto Guatemaltecos de Derechos Notarial y del Instituto de Derecho Mercantil. He servido como Subsecretario de la Presidencia de la República, como Magistrado de la Corte Suprema de Justicia y como Registrador General de la Propiedad. Esas oportunidades que se ha dado en mi vida, me permiten decir con sencillez las palabras de don Francisco Pérez de Antón, que no he pasado de «puntillas en la vida». Y también para decir con Violeta Parra “gracias a la vida, que me ha dado tanto”; o como dice la vieja canción francesa, “el final se acerca ya, lo esperaré serenamente”. En este recorrido, siempre han estado a mi lado mi esposa, mi madre, mis hermanos, hijos, nietos, amigos y mis alumnos. He recibido mensajes solidarios de todo ellos y por este medio les expreso mi agradecimiento por su solidaridad.

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