Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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«Las empresas tecnológicas utilizan el conocimiento para que la gente piense, diga y haga cosas que normalmente no habría hecho».
Shoshana Zuboff

Una de las facultades que caracterizan al ser humano es el de la libertad. Esa capacidad que algunos llaman también libre albedrío, poder de auto determinación o libertad interior.  Se trata de ese rasgo distintivo que si lo damos por hecho, ofrece una singularidad que lo vuelve especial.

Pero la libertad no es algo dado de una vez y para siempre.  Hay que protegerla, conquistarla. Porque sobra quienes quieran arrebatarla en nombre del amor o con violencia, convertidos en esos monstruos de los que habló en su tiempo Hobbes en el siglo XVII.

Reducidos a objetos, el monstruo hobbesiano aspira al dominio cumpliendo su condición lupina en los espíritus débiles (que somos la mayoría).  Así, transgrede, alienándonos diría Marx, dejándonos en un estado de servidumbre sin fecha de caducidad.

En siglos pasados las estrategias de vigilancia y castigo quizá podrían parecernos burdas.  Era así porque vivíamos en el mundo de lo analógico: grilletes, calabozos, destierros. No era difícil reconocer la privación de libertad. La negación era absurda porque estaba a la vista. Algo totalmente diferente en nuestros tiempos.

Los esclavistas actuales, que son ubicuos y muchas veces anónimos, usan estrategias sutiles. La tecnología les ha ayudado en su aspiración de manipulación de conciencias. No es otra cosa lo que nos dice Shoshana Zuboff cuando define nuestra época como la de «capitalismo de la vigilancia». Los algoritmos nos tienen de rodillas sin que nos enteremos o sepamos cómo escapar de ellos.

El drama alcanza mayor dimensión cuando las sociedades han asumido la filosofía que juzga la naturaleza humana como un ente individual. Un átomo desvinculado, solitario e incomunicado con los demás. Pequeñas islas donde solo cabe la conga por la conciencia provisoria rápidamente adquirida.

Al esclavo no le queda, sino vivir ligero, como dice Lipovetsky. Alejado del peso de la moral, la religión y la filosofía. Entretenidos, porque hay que aligerar el valle de lágrimas en un intento por salvarse a sí mismo. El estilacho permite imaginar la superación de la esclavitud, asumiendo que viajar, comer e ir al cine es la mejor expresión de libertad.

Nunca ha sido tan oportuna la iluminación como conciencia del significado de ser humano.  Recuperar la dignidad y, como decía Kant, atreverse a pensar. Sin esto, el valor de la vida pierde sentido y con ello habríamos entregado a los otros lo mejor de nosotros mismos.  A ese otro, por lo demás, irracional, burdo y voraz. No podemos ceder frente a estos supuestos genios del mal.

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