Hoy hace ochenta años la sociedad guatemalteca afinaba los detalles para emprender la construcción de la democracia en el país. Sin duda el fenómeno social más impactante de nuestra historia estuvo en ese movimiento que involucró a todos, sin distingos de ideologías o creencias, con la única decisión común de acabar con la dictadura que había empezado 14 años antes con la investidura Jorge Ubico Castañeda, quien le heredó la tiranía Federico Ponce Vaides. Cabalmente por esa participación prácticamente unánime de todos los guatemaltecos, hartos de vivir bajo la tiranía, se pudo emprender un camino de construcción de una democracia que provocó los mayores cambios sociales, creando inclusive instituciones que hoy en día siguen sirviendo a la población, como el Seguro Social que, a pesar de la corrupción que roba a patronos y trabajadores, sigue atendiendo a los afiliados.
Esta semana mi gran amigo y colaborador de La Hora, Alfonso Mata, me envió el discurso que pronunció su padre, el doctor José Mata Gavidia, sin duda uno de los humanistas más respetados de Guatemala. Hace 80 años era estudiante de la Universidad y el 22 de Octubre fue designado por los estudiantes como Comandante de la Guardia Cívica creada por alumnos de la San Carlos en apoyo de la revolución y para prevenir acciones de sabotaje. Mata Gavidia es, aún después de muerto, el intelectual conservador más respetado en Guatemala, país donde estudió, vivió y murió luego de haber nacido en El Salvador. Pero no por ser conservador fue ajeno a la revolución y hoy estamos publicando lo que dijo cuando la Guardia Cívica quedó disuelta.
Lo cito porque es una evidencia irrefutable de que en el 20 de octubre de 1944 no hubo bandos de izquierda y derecha, sino simplemente el anhelo de democratizar al país. Eran tiempos en los que las diferencia ideológicas ocupaban su espacio sin afectar las relaciones personales, detalle que puedo enaltecer dada la relación amistosa y respetuosa que mantuve con Manuel, el Muso Ayau, ícono del neoliberalismo, con quien departíamos regularmente, contrastando nuestros opuestos puntos de vista, para sorpresa y disgusto de quienes nos veían en esos almuerzos.
Y hoy, cuando tenemos aún la oportunidad de acabar con una dictadura aún peor que la de Ubico, como es la que mediante el control del sistema de justicia y de todas las instituciones ejercen los grupos más mafiosos de la sociedad, es momento de que dejemos a un lado esas diferencias y antepongamos la necesidad de rescatar a la patria. Nos podemos sentar todos y unirnos cabalmente por esa imperiosa necesidad de repetir un hito en la historia como fue el 20 de octubre de 1944.
Yo recuerdo los relatos que hacía mi abuelo de cómo el entonces capitán Jacobo Árbenz llegó a San Salvador a buscarlo a él, también conservador, para acordar que desde Tapachula dirigiera a un grupo de gente armada que entraría a respaldar el movimiento del 20 de octubre. Claro que fue una revolución y todos fueron revolucionarios, sin abandonar ninguno su propia línea de pensamiento o ideología, pero sí pensando en acabar con la dictadura. Apenas los más íntimos del tirano y de su sucesor se opusieron tibiamente a un levantamiento que empezó con 14 estudiantes universitarios que tomaron la Guardia de Honor, cuartel fundamental para las fuerzas armadas.
Hoy estamos peor que en el mes de junio de 1944, cuando mataron a María Chinchilla por manifestar contra Ubico, porque nos han sabido polarizar y dividir con pendejadas que nos pintan como chairos o fachos, división que es el instrumento que permite a los mafiosos seguir operando aún en contra de la voluntad popular. Y así como hoy hace 80 años se preparaba aquel movimiento, es tiempo de que el mismo Bernardo Arévalo asuma el liderazgo, jugando el papel que le corresponde, para unir al país. Sin esa unión, ni siquiera su padre, tan talentoso y comprometido, hubiera logrado mucho de lo que hoy son los grandes logros de la Revolución. Mójese los pantalones, Presidente, y organicémonos para salir de los pícaros.