Eduardo Blandón

La salida de los dos integrantes de la CICIG, Christian Ulate y Cristian Gamboa, para trabajar en una firma privada puede ser vista con benevolencia. Así lo justifican algunas almas bienpensantes que afirman que los profesionales están en su derecho y que no ven motivos para pensar mal de ellos porque su reputación ha sido demostrada a lo largo de su historial de vida.

Cabe la posibilidad, sin embargo, de pensar mal, sin que ellos quizá en su buena fe (sigamos presumiendo que son personas de bien), estén enterados por un horizonte cándido que no les permite vislumbrar la maldad de quienes los han convocado para su nuevo periplo profesional. O sea, considero que podemos, como dice el refrán, pensar mal y acertar.

Con esos ojos, podríamos sospechar que la nueva firma privada es un intento maquiavélico de políticos mafiosos (perdón por la redundancia) que, viendo amenazados sus intereses, cierran filas para blindarse y poder salir así airosos de cuanta persecución final se presente contra ellos. Es un apertrechamiento legal contra la violencia percibida por la consecución de sus intereses.

Y se han convencido que la vía emprendida hasta ahora ha sido la equivocada. Necesitan recursos humanos de más valía porque hasta ahora los abogados ridículos que han tenido, los gritones, los que se duermen en las audiencias y los que ni siquiera saben hablar, no los han defendido. Pensarán, con justicia, que es la causa que los tiene ahora en la cárcel.

En su interior, los políticos mafiosos, saben que ha sido su culpa también por invertir mal en leguleyos de baja catadura. Y les ha caído la moneda. Han recurrido a un empresario sagaz y con pocos escrúpulos para organizar el ejército del siglo XXI. Una estructura organizada que sin armas, pero con mucho conocimiento y artimañas legales, los cubra con el manto de la impunidad. No es otra intención, me parece, la que se gesta en estos días y que ahora es materia de discusión pública.

Con lo que, si seguimos de mal pensados, el triunfo electoral de Jimmy Morales facilitará el regreso de estructuras mafiosas que sueñan germinar impunemente. Para ello, organizan a sus perros falderos, aceitan armas legales (o las que necesiten utilizar) y desmantelan la CICIG. De tontos, ni un pelo.

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