Migrantes se reúnen en un campamento instalado en la plaza de la parroquia de Santa Cruz y La Soledad, el 26 de diciembre de 2023, en el barrio de La Merced de Ciudad de México. (AP Foto/Marco Ugarte, Archivo)
Migrantes se reúnen en un campamento instalado en la plaza de la parroquia de Santa Cruz y La Soledad, en el barrio de La Merced de Ciudad de México. Foto La Hora / AP - Marco Ugarte, Archivo

Atraviesan miles de kilómetros. Ya sea por mar o por tierra, los flujos históricos de migrantes y refugiados y sus relatos personales, son el foco de una complejidad sanitaria que viaja con ellos, que ha motivado poca atención de los investigadores de ambos lados y en lugar de andar gastando millonadas los países receptores, siempre en mejor condición que los emisores del flujo migratorio, casi nunca buscan realmente y en forma debida, ayudar a los países a gestionar las causas de inmigración.

Si alguien se dedicara u husmeara entre los chats y correspondencia de los migrantes, se toparía no sólo con documentos personales importantes sino también fuentes para la historia de las migraciones.  Poco hay sobre ello en nuestra patria, y quizá una guía importante en esto sea el libro de Aracely Martínez “Yo migrante” en que nos señala a través de historias, cómo la mujer resulta impactada por el fenómeno migratorio más que el hombre, tanto como migrante como al quedarse y está más que segura, que eso afecta tanto el cuidado como la atención de los pequeños en ambos lados. En este sentido afirma Martínez “las políticas públicas deben considerar la perspectiva de género para una mayor pertinencia y adecuación a las diferentes experiencias y desigualdades entre hombres y mujeres”, indudablemente con el fin de mejorar intervenciones al respecto. La lectura de este libro cumple con el objetivo de señalar elementos fundamentales a considerar a los responsables de las políticas, y a gestionar la migración regular e irregular, basándose en ejemplos históricos y en ello la participación de la nación receptora como emisora de la migración, deben trabajar en conjunto con la nuestra.

Cuando analizamos los flujos migratorios de Guatemala al resto del mundo y las respuestas políticas nacionales, es indiscutible por las alzas de migrantes, que nos encontramos constantemente en un estado de emergencia, con muy poca perspectiva histórica, política de reforma y apoyo al desarrollo y la justicia, que ayude no a orientar sino a implementar acciones, que simultáneamente atiendan ambos problemas: desarrollo con migración.

El problema migratorio en Guatemala tiene dos caras para el sistema nacional de salud (SNS). Por un lado, Guatemala constituye un corredor migratorio de América Latina, siendo un país de emigración, de tránsito para otros y muy poco de destino final. Ese flujo migratorio aumenta significativamente año tras año, debido a las condiciones económicas, políticas o de seguridad locales, desastres naturales y otras razones que suceden en los países de la Región y más allá. Eso plantea un riesgo para la salud de las poblaciones transitorias. Lo que experimentan los migrantes en tránsito o al llegar al país de destino, puede tener efectos notables en el bienestar físico, mental y social de ellos y sus familias. Por ejemplo, los migrantes pueden ser vulnerables a la desnutrición, afecciones gastrointestinales, lesiones, desastres naturales, abuso sexual e infecciones de transmisión sexual, ansiedad y depresión y a un aumento de los factores de riesgo y su impacto en el organismo, predisponiendo a aparecimiento temprano de enfermedades crónicas. Estos efectos y otras afecciones de salud, pueden verse exacerbados por no tener acceso a servicios de salud preventivos y curativos oportunos, adaptados a sus necesidades, ya sea en tránsito o en el país de destino, un desafío que las poblaciones no migrantes no enfrentan o enfrentan en menor proporción. En resumen, los migrantes de tránsito son una población distinta hablando de salud, debido a su vulnerabilidad a una amplia gama de situaciones que amenazan la salud.

Por otro lado, los problemas de salud que enfrentan los migrantes nacionales que parten del territorio nacional, no solo pueden influir en su bienestar durante el tránsito, sino también a su llegada; pero a la vez sus familias, también pueden verse afectadas.

Tanto para el caso del migrante en tránsito, como del nacional hacia otros lares, los recursos invertidos en la atención de salud de los migrantes a nivel central y local son limitados y las estructuras de oferta demanda poco atendidas. A pesar de que existe un marco legal que codifica leyes, políticas y protocolos para la atención adecuada de la población migrante, el gobierno guatemalteco no está debidamente equipado para cumplir con estas obligaciones con los que se van o con los que van de paso. Por otro lado, algunas investigaciones han señalado que el Programa de Atención al Migrante del MSPAS no cuenta con el personal ni el presupuesto para poner en práctica sus estrategias de atención a los migrantes, en ninguno de los tres niveles de atención, ni para proporcionar la supervisión necesaria del nivel y la calidad de la atención ofrecida a los migrantes como debiera realizarse[1]. Es posible que muchas madres, esposas, abuelas, vieron partir hijos, esposos, nietos y quedan tan abrumadas por la angustia, desesperación y falta de apoyo, que caen en problemas de salud, siendo poco atendidos al respecto, mientras los que se van tan fascinados por la visión de la vida en Estados Unidos y el poder mejorar, también se ven expuestos a peligrosos riesgos para su salud actual como futura.

Pero a raíz de la migración, hay cosas que se están perdiendo y otras –no siempre buenas- que se están ganando, exponiendo a la población a nuevos hábitos y por tanto a nuevas exposiciones de riesgo y nuevas identidades comunitarias que van dejando poco a poco –decía una antropóloga-  de estar centrada, sobretodo en el interior de la república, en la agricultura, incluso en muchas comunidades, la agricultura se ha convertido ya en una actividad secundaria. Eso cambia patrones de comportamiento en la salud-enfermedad, que han sido poco considerados por los SNS.

Es indiscutible que la mayoría de mujeres y familiares que quedan en estas tierras, llegaran sin pensión alguna a la edad de jubilación, sin un plan de pensiones. Los migrantes que por allá se han quedado, entonces funcionan como alcancías de pensión y cubren las deficiencias del SNS; no obstante, en muchos casos, cuyo número ignoramos, no resulta suficiente para la demanda de salud presente. La igualdad de oportunidades en la atención sanitaria es un aspecto importante de la integración y un requisito previo para la participación igualitaria en la sociedad, tanto en y para el país donante, como para el receptor. Creo que se hace ya necesario que el MSPAS realice investigaciones para evaluar objetivamente la situación en el ámbito de la salud de los migrantes y el acceso a los servicios de salud y de llevar a cabo un diálogo de expertos, para ampliar la cooperación transfronteriza entre los países de origen y recepción en temas de salud.


[1] Health Policy Plus. Health Services for Migrant Populations in Guatemala: Challenges and Recommendations.

 

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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