Nietzsche (FN.) cree que si por fin el Dios providencial ha muerto y que si el mal es solamente un invento para manipular conciencias y no es fabricado ni decretado por ninguna “celestialidad hiperconsciente” (sobre la pobre y minúscula criatura humana) urge –por tanto- transmutar los valores y hacer que el hombre entienda que lo bueno es malo y que lo malo es bueno… hueso bien duro de roer con tanto y tanto excremento como tenemos en la cabeza sobre trasmundos y divinidades.
El autor de “El crepúsculo de los ídolos” se da a la tarea “inmoralista”, “monstruosa”, “vergonzante” y “perversa” de plantear una nueva moral (con nuevos valores). En este punto es donde se le malinterpreta –no se le entiende- y se manipula por los malos como los hicieron los nazis para llevar agua a un inmundo molino de muerte y de trágico fascismo. Molino sobre el que el autor de “Ecce Homo” habría sentido arcadas porque defendía sobre todo la Vida y sus inmensas ondas existenciales.
El modo como el autor del Zaratustra maneja la ironía, tiene la culpa de que se le malinterprete. Se llama a sí mismo un “inmoralista” (como lo hará más tarde André Gide al titular así una novela) un “malo”, un “perverso” ¡pero porqué está queriendo decir lo contrario!, si ponemos atención a la intención de transmutar los valores. Si lo leemos rudimentariamente (sin ningún entrenamiento metafórico) tendremos que imaginarlo toscamente como lo hace Cavani en su película “Más allá del bien y del mal” (de grata polémica hace varios años aquí) donde como Nietzsche se autonombra “inmoral”, entonces Cavani lo pone como un cerdo a lado de Paul Ree, como si fueran Arthur Rimbaud y Paul Verlaine que sufrieron un calvario por su respectiva transmutación de valores. Ello es tergiversarlo. Porque si bien él intenta acabar con toda la moral anterior (moral cristiano idealista que arrancó de Sócrates y Platón y se cristalizó con Cristo) su intención no es convertir al mundo en un estercolero mayor del que ya ha sido en el ámbito de la moral tradicional ¡todo lo contrario! Él platea -en el Zaratustra- la posibilidad y la necesidad rescatadora de una nueva moral-inmoral y de un moralista-inmoralista que ve concretado en el profeta Zaratustra y en su reino vital del águila y la serpiente situado más allá del bien y del mal.
Porque el bien y el mal son conceptos tan gastados y trillados que no se puede intentar resucitarlos ni hacer nada con ellos, según FN, hay que asesinarlos y hacer florecer una moral nueva en un territorio que los trascienda: mismo replanteamiento cuasi contemporáneo que nos hace Marcuse (ídolo de la revolución del 68) quien vuelve hablarnos de la transmutación de los valores en su discutidísimo libro (durante mi juventud) titulado “Eros y civilización” y sobre el que hice mi primera tesis en Letras y Filosofía. Sólo que la influencia principal en Marcuse no es FN. Sino Sigmund Freud.
- (Un vidente ultra genial) cree que casi todo lo que el hombre ha hecho hasta ahora lo ha conducido más a su destrucción que a su creación. En este sentido afirma que los bueno es malo ¡y es cierto! ¿Que hemos hecho con esta poca de razón que el universo caprichosamente nos ha donado? Guerras, bombas, esclavos, hambre (aun en el primer mundo) y desear concupiscentes con impudicia. No había hace uno 70 años quien se atreviera a sostener que toda guerra es mala. Bertrand Russell lo hizo y fue a la cárcel por subversivo con todos sus condados y doctorados. Inglaterra sostenía que si Inglaterra ganaba la guerra ésta era buena. Entonces ¿cuándo es buena la guerra y cuándo es mala? Depende si usted está en Rusia o en Ucrania. ¿No es cierto que siempre matar al hombre es malo? ¿No dice la Biblia simplemente “no matar o no matarás”? Lo bueno o lo malo –en guerra- se deriva solamente de si el hombre muerto es de nuestro bando, de nuestra nación o de nuestro partido. Que le pregunten a Ríos Montt y a su bendito genocidio.