Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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La política norteamericana ha llegado a niveles nunca antes vistos en cuanto a la falta de seriedad en el enfoque de los problemas de ese país; miles de ciudadanos creen a pie juntillas la afirmación que hace Donald Trump casi a diario al hablar de los migrantes y señalarlos como una partida de asesinos, violadores y ladrones que han cruzado la frontera llegando al colmo de afirmar que hasta se andan comiendo las mascotas de los norteamericanos, además de dejar sin empleo a los negros.

Recientemente en un restaurante tuve una plática con un amigo, trumpista rematado, y el tema político salió a luz porque empezó a hablar de la amistad de su hijo con el expresidente y me mostró fotos en las que aparecen ambos en Mar A Lago durante alguna celebración. En ese restaurante trabajan dos mujeres guatemaltecas y el hijo de una de ellas, además de otros chapines que atienden con tanta eficiencia a los clientes que se han convertido en uno de los atractivos del lugar por el excelente servicio, además de la buena comida.

Cuando terminó de hablar bellezas de su candidato, le pregunté qué pensaba de las propuestas de Trump sobre los migrantes y, sobre todo, si él compartía la idea de que eran criminales que se dedicaban a dañar a los ciudadanos norteamericanos. Ello ocurrió en Florida y ese estado se ha convertido en uno de los que más guatemaltecos tienen a pesar de las políticas restrictivas del Gobernador. Su respuesta fue afirmativa insistiendo en que quienes cruzan la frontera son, en su mayoría, delincuentes que han sido expulsados de sus países.

Mili y Alicia, las dos chapinas que trabajan en ese sitio, son una de las razones para que este amigo, recién casado con una mexicana, visite con periodicidad el lugar. Le pregunté si él creía que ambas y sus familiares, así como la familia de su esposa, quien entró junto a sus padres y hermanos ilegalmente a Estados Unidos y él mismo, nacido en Alemania, cabían en la categoría en la que Trump coloca a todos los migrantes, haciendo una generalización totalmente mal intencionada porque él sabe que lo que afirma no es cierto pero lo repite porque también entiende que ello le puede representar muchos votos.

Mi amigo retrocedió diciendo que no todos son delincuentes pero que sí le quitan el trabajo a los negros y le pregunté cuántos negros había visto en restaurantes de la localidad antes de que los guatemaltecos se convirtieran en los más apetecidos empleados por la dedicación y calidad de su servicio. A lo largo de más de 40 años que ambos, él y yo, tenemos de ser residentes del lugar si acaso habrá habido uno o dos meseros de color y se lo recordé.

La campaña de Donald Trump es muy peculiar, pero para cualquier guatemalteco que entiende que nuestro país subsiste gracias al trabajo de los migrantes que mandan remesas mensualmente y sostienen al país, no sólo a sus familias, tiene que ser totalmente ofensiva e inaceptable esa forma en que se refiere a ellos. No es tema de izquierdas o derechas, sino de elemental sentido común para entender que, así como distorsiona la verdad cuando habla del ataque al Capitolio, lo hace también cuando se refiere al tema de la migración, sembrando odio y discriminación en un país en el que casi todos los que lo habitan tienen antepasados migrantes.

Mi mismo amigo es un migrante alemán que llegó con una mano atrás y otra adelante, volviéndose millonario a base de trabajo y dedicación.

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