Jorge Santos
La historia de la humanidad no se ha construido a través de procesos lineales, sino más bien por aquellos de carácter circular y asimétricos. Es decir que la humanidad ha estado marcada por procesos diferenciados de desarrollo, de tal cuenta que mientras algunas sociedades avanzan hacia dotar de bienestar común a sus poblaciones, existen otras en las que la opresión, violencia y expoliación son la dinámica cotidiana que se les impone.
Sin embargo, también es importante hacer notar que el bienestar de unos se construye sobre la base del detrimento de otros, de tal cuenta que la humanidad desde el momento en el que se divide en clases sociales ha explotado y oprimido a otras con el mero fin de producir bienestar a una élite privilegiada. En las sociedades esclavistas, los privilegiados vivían cómodamente al amparo de a quienes convertían, a sangre y fuego, como sus esclavos y esclavas. De la misma manera ha sido así a lo largo de las sociedades precapitalistas, y sin lugar a dudas este proceso se ha profundizado, pero también sofisticado al llegar el modelo de desarrollo capitalista y con él la explotación en carácter de mercancía de absolutamente todo.
Es este modelo el que nos tiene sumidos en la mayor de las barbaries que la humanidad ha conocido, es en donde se ha dado la mayor explotación, hambre, violencia extrema, xenofobia, racismo, exclusión, discriminación y expoliación, como las características esenciales de este modelo. Es con la entrada de este modelo que las y los seres humanos conocen la Primera y Segunda Guerra Mundial con el único de fin de poder acumular más y más riquezas y dominación de unos sobre otros.
Pero en la medida en la que el modelo ha ido escalando posiciones en cuanto a cobertura la barbarie se ha ido empoderando de la humanidad, la disputa por los recursos naturales es cada vez mayor y hoy alcanza no sólo niveles alarmantes, sino está poniendo en riesgo la existencia misma de la humanidad.
La violencia en Siria, Irak, Afganistán, Ucrania, y más recientemente en los eventos violentos en París, Francia no son sólo el mero producto de unos extremistas religiosos, a los cuales civilizados occidentales deben enseñar a cómo comportarse, sino es el producto de una larga historia de dominación, de colonialismo y de pretender ciertos territorios para acceder a determinados recursos naturales.
Si no somos capaces de entender como humanidad que esta espiral de violencia nos afecta a todos y todas, y que continuar la dinámica luego a los ataques del 11 de septiembre de 2001 y a los subsiguientes a manos terroristas, estaremos condenados a que la guerra vuelva y nos muestre su peor rostro.