Ayer, Claudia Sheinbaum se convirtió en la primera mujer en ser PresidentA de México. Así con la A resaltada. El concepto machista que define los nombres de los cargos, de los títulos, de las profesiones, etcétera, como masculinos, ella lo desbarató. Dijo que llega a ocupar el cargo con nombre femenino, Presidenta. Recordó que “sólo lo que se nombra existe”.
Se autodefinió diciendo: “Soy madre, abuela, científica y mujer de fe. Y, a partir de hoy, por voluntad del pueblo de México, la presidenta constitucional de los Estados Unidos Mexicanos”.
Su discurso denotó firmeza, no fue un demagógico acto de conciliación con los neoliberales y conservadores. Y, sin embargo, no hubo un átomo de rispidez. Cuando se quiere transformar la realidad no se puede conciliar con aquellos que resisten, conspiran y luchan por evitarlo.
Esta firmeza no es contradictoria con la construcción de la unidad nacional, si se entiende que el “bien común” es el sustento de ella. Los principios que guían la transformación profunda de la sociedad y del Estado, los enumeró la Presidenta de la siguiente manera: para que haya prosperidad, debe ser compartida o, dicho de otra forma, por el bien de todos, primero los pobres; no puede haber gobierno rico con pueblo pobre; las y los gobernantes debemos ser honrados y honestos; el principio máximo de que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; prohibido prohibir, la libertad es esencia de la democracia; el desarrollo y el bienestar del pueblo sólo pueden fortalecerse con el cuidado del medio ambiente y los recursos naturales; las mujeres tenemos derecho a la igualdad sustantiva; México es un país soberano, independiente, libre y democrático. Queremos la paz y la fraternidad de las naciones, y nos coordinamos, mas no nos subordinamos; la política se hace con amor, no con odio; la felicidad y la esperanza se fundan en el amor al próximo, a la familia, a la naturaleza y a la patria; condenamos el clasismo, el racismo, el machismo y cualquier forma de discriminación. No es sólo un asunto de tolerancia, es el reconocimiento de que la profundización de las desigualdades llevará siempre a la injusticia. La fraternidad significa vernos a los ojos como iguales.
Sheinbaum también detalló con precisión sus compromisos programáticos, lo cual permitirá que la inspiración idealista que ella abandera aterrice en acciones concretas.
Ahora bien, en medio de toda esa visión y compromiso de lucha y avances, hay que tener presente que solo se construye sobre el terreno ya existente. Por eso, AMLO fue ovacionado permanentemente, como un líder de trascendencia histórica que se atrevió a plantear y dirigir la Cuarta Transformación. Sobre ese terreno firme es que Claudia ha anunciado la construcción “del segundo piso de la 4T”.
AMLO rompió paradigmas, tanto de las izquierdas como de las derechas. El “Humanismo Mexicano” que él definió como sustento de la 4T el 27 de noviembre del 2022 logró convertirse en un proyecto político alternativo a los hegemónicos. Uno que pudo unir el humanismo como corriente filosófica universal con los valores de los procesos revolucionarios que históricamente se han dado en México.
Los resultados concretos de este proyecto político se expresan en “datos duros”: 9.5 millones de mexicanos salieron de la pobreza en tan solo 6 años; sin subir impuestos se redujeron las desigualdades; México es de los países menos endeudados y con una moneda fuerte; se logró más bienestar para la población al mismo tiempo que ganaron más los empresarios y los bancos; está en el récord de inversión extranjera directa y al mismo tiempo aumentaron los salarios; se aumentó increíblemente el salario mínimo y no subió la inflación.
Pero todo lo anterior fue y será posible si el liderazgo político no se separa del pueblo. “Con el pueblo, todo; sin el pueblo, nada”. Por eso los mexicanos le dijeron a AMLO, ¡Hasta siempre Presidente! Y América Latina le dice a Claudia, ¡Hacia adelante PresidentA!