Luis Enrique Pérez

El comercio es intercambio de bienes. En un comercio de trueque los bienes se intercambian directamente. En un comercio en el que interviene el dinero, se intercambian indirectamente. El auténtico comercio supone la libre concurrencia de seres humanos que deciden intercambiar para el beneficio de cada uno. Aquello que es beneficioso y aquello que no lo es, compete decidirlo exclusivamente a cada uno de quienes intervienen en la operación comercial, aunque el comprador y el vendedor no estén en el mismo país.

Los bienes intercambiados son desigualmente valiosos. Por ejemplo, el propietario de una vaca, que propone intercambiar ese animal por un caballo, considera que el caballo es más valioso que la vaca; y quien acepta la propuesta considera que la vaca es más valiosa que el caballo.

El comercio es justo si ninguna de las personas que intervienen en el intercambio está sometida a una coacción que le impida intercambiar sus bienes por aquellos que libremente elegiría. Es decir, el comercio es justo si es libre. La libertad de intercambiar es la única garantía de que las partes que intervienen en el comercio se beneficiarán de intercambiar bienes. El comercio es injusto si por lo menos una de las personas que intercambian bienes está sometida a una coacción que le obliga a intercambiar sus bienes por aquellos que libremente no elegiría. Es decir, el comercio es injusto si no es libre.

Es injusto, por ejemplo, el intercambio que resulta de amenazar a una persona con un arma de fuego para obligarla a intercambiar una vaca por un caballo y no por dos caballos, como ella quiere. En tal caso, la víctima de la coacción no considera beneficioso el intercambio, ya que solo obtiene uno de los dos caballos que libremente hubiera aceptado intercambiar. Por supuesto, si nadie está dispuesto a dar dos caballos por una vaca, nunca habrá un intercambio de tal clase y cantidad de animales; y si el propietario de la vaca finalmente considera beneficioso intercambiar su semoviente por un solo caballo, la coacción es innecesaria, y volvemos al caso del comercio justo, es decir, libre.

El gobierno puede imponerle al comprador elegir a un determinado vendedor. Puede imponer, entonces, un comercio injusto. La imposición puede ocurrir de mil maneras, entre ellas los impuestos de importación o aranceles, y las cuotas de importación o limitación de la cantidad de bienes que es oficialmente permitido importar. En un país, el gobierno puede imponer un comercio injusto para evitar que los empresarios llamados “nacionales” tengan que competir con los empresarios llamados “extranjeros”, que pueden vender productos más baratos y hasta de mejor calidad. Los impuestos y las cuotas de importación son como armas de fuego con las cuales el gobierno le apunta al comprador, para obligarlo a pagar más caro aquello que puede ser más barato. Cualquier política arancelaria o de cuotas de importación es injusta.

Para protegerse de la competencia de empresas extranjeras, los empresarios nacionales pueden exigirle al gobierno que impida que el comprador elija libremente los bienes que demanda. Ello equivale a exigir que sea el gobierno, y no el comprador mismo, quien tome las decisiones acerca de los productos que hay que comprar, y la calidad de tales productos y el precio que hay que pagar. Ese precio puede ser, por supuesto, superior al que se podría pagar por un producto de mejor calidad, si hubiese libertad de comercio, o comercio justo.

En ningún sentido afirmo que los productos extranjeros son siempre más baratos o mejores que los productos nacionales. Afirmo que el comercio justo consiste en que el comprador elige libremente al vendedor que le brinda los productos que más le convienen, independientemente de que el vendedor sea nacional o extranjero, terrestre o extra-terrestre. El gobierno jamás tendría que interponerse entre el vendedor y el comprador.

Post scriptum. El comercio exterior que el gobierno coercitivamente restringe jamás puede ser justo, precisamente porque no es comercio libre.

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