Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

post author

Antoine de Saint-Exupéry escribió en su conocida obra El Principito que las cosas esenciales son invisibles para los ojos. Sugiere, con aquellas palabras, que las cosas verdaderamente importantes en la vida es preciso observarlas no de forma física, sino con la mente, el corazón, el alma, si acaso ello es posible. El verdadero valor de lo cotidiano trasciende lo que podemos ver a simple vista.

Hace pocos días, un amigo con quien no conversaba desde hace algún tiempo vino a saludarme. Me compartió un breve video en el que, inicialmente, se veía una caja de cartón ―como esas en las que los productores agrícolas suelen llevar las frutas al supermercado― repleta hasta el borde con grandes melocotones sedosos, rojos y anaranjados, redondos, apetitosos. Observé a mi amigo, inquiriendo sin preguntar, a qué venía su deseo de que viera el video que, honestamente, inicialmente me pareció intrascendente.

“Seguí viendo”, me dijo, quitando la pausa de la imagen inicial de aquella grabación digital. “¿Ahora qué ves?”, volvió a hablar, mientras algo en aquellos melocotones llamaba mi atención en virtud de cierto inesperado movimiento que noté en aquella caja de cartón. Los melocotones fueron tornándose curiosamente vivos. Los colores empezaron a cobrar una extraña tonalidad que no dejaba duda del cambio inesperado que se operaba ante mis ojos.

Los melocotones empezaron a moverse, como nerviosos, unos encima de otros. Incluso hubo alguno que, en algún momento, intentó salir de la caja y abandonar al grupo. Pero ya no eran melocotones. Eran roedores anaranjados y sedosos, una suerte de hámsters peludos que a más de alguien habrían hecho palidecer del susto ante su abrupto aparecimiento en una caja de frutas de supermercado.

Mi amigo se echó a reír. Y me confesó que el video había sido elaborado con Inteligencia Artificial. Alguien se lo había compartido a él. Y él lo había mostrado ya a por lo menos dos o tres personas más antes que a mí. Desconocedor como soy de ese tipo de tecnología, no dejé de sorprenderme (como era natural), pero vino a mi mente la vorágine de acontecimientos que ese tipo de videos, manipulados o totalmente creados  de esa manera, traerán muy pronto en el marco del ejercicio de los derechos de la persona (y de la aplicación del Derecho). Lo que vemos, ¿es realmente lo que estamos viendo?

Artículo anteriorGriezmann cierra su etapa con la selección de Francia tras 137 juegos y 44 goles
Artículo siguienteLa previsión meteorológica debe aprovecharse