Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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No en todas sus virtudes ni en todos sus defectos ¡pero sí por algunos de sus rasgos!, la pareja o díada Apolo-Dioniso de alguna manera se identifica con la pareja que comanda toda la reflexión ético moral de la teología y de la filosofía: el Bien y el Mal, por lo menos en una perspectiva tradicional (aun dentro de la religión y la filosofía griega sobre todo a partir de Platón) pero más quizá en el contexto del cristianismo que aunque abjura del mundo clásico tiene mucho de él ¡especialmente de sus prejuicios!

Cuando Nietzsche escribe y publica “El origen de la tragedia” en 1872, a los 28 años, ha observado ¡y posiblemente sentido y experimentado en sí mismo, pues en él también “La existencia precede a la esencia”!, las eternas contradicciones en que se debate la dual alma humana –cuerpo y espíritu- cuyas polares ambiciones encarnan en Apolo y Dioniso. Observaciones y experiencias que se enriquecen –como he dicho- con el conocimiento que la Filología Clásica le ha donado y cuya instancia intelectual irreverente, burlesca, asistemática, Dadá, antilibresca, antierudita y antisolemne ¡como debe ser!, corresponderá a la nueva era del pensar que Nietzsche quiere inaugurar con carcajadas. Porque, ¿por qué la filosofía no puede ser hecha con carcajadas si la anterior (que no dio resultado) fue amasada con agruras y solemnidades…?

Poco a poco Nietzsche deja el campo de la Filología y se sitúa en el de la “nueva filosofía” ¿Cómo? Con “El origen de la tragedia” obra en la que aún tímidamente, pero ya con la garra del águila y del león –que ostentará más tarde- comenzará a hacer una crítica de la cultura y de “su” moral (filológico, filosófico, cristiana) usando dos parámetros alegóricos: Apolo-Dioniso, en un ámbito disfrazado de Estética, pero punzando con el puñal de la nueva ética que ha de instalarse –como el superhombre- más allá del bien y del mal en la musical compañía del Richard Wagner, su inspiración. Más allá de Apolo y Dioniso –divorciados- porque en el futuro el hombre superior sin dejar de ser hombre y caer en la bestia ¡todo lo contrario!, podrá “jugar” (ser lúdico) tanto con el bien como con el mal sin hacerse daño ni hacérselo a nadie.

En “El origen de la tragedia” su autor nota y descubre que en un corto como brillante y superhumano período de la cultura clásica griega se hace la síntesis de Apolo-Dioniso. Esto quiere decir: la unión  armoniosa de los instintos y la razón. Es decir: entre el mal y el bien, como se les identifica y clasifica tradicionalmente. Aunque el mal se convierta en bien y, éste, en bien, muchas veces.

¿Por medio de qué se hace la síntesis y se firma el armisticio entre el buscado y amado Apolo y el denigrado Dioniso en el wagneriano mundo de “El origen de la tragedia”? Precisamente en el de la “Tragedia” como género teatral. Porque su autor cree que,  en esta forma dramática es tan respetada la figura de Apolo y la razón, como la de Dioniso y lo pasional instintivo. Se nos dice que tal cosa fue reflejo de un fenómeno social: el oráculo de Delfos que por siglos fue de Apolo. Sin embargo al tiempo de la aparición de la tragedia (siglo V ac.) los sacerdotes de Dioniso no solamente lograron difundir su culto por toda la Hélade, sino hacer también que Apolo compartiera Delfos con Baco, con Priapo y el culto fálico. El sátiro (mitad macho cabrío, mitad hombre) bailó y danzó por fin en Delfos, con la misma emoción que su ditirambo daría razón  y simiente a los coros trágicos que, con igual autoridad y respeto, hablan de la vida racional como de la  vida instintiva.

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