Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Puede que el caos sea nuestra constitución natural y que la vida sea un cortejo permanente por encontrar el orden que nos dé sentido. La escuela se esforzaría a ello, provisionarnos de un marco mental para organizarnos y ser funcionales. Pero no solo, la religión nos dotaría también de una filosofía que apoye la estructura desde una ética sugerida por los sabios de esas instituciones.

Sin embargo, como «la cabra tira siempre al monte», la pulsión hacia la desorganización es lo nuestro. Razón por la que el descalabro sea la tentación constante. El hábito del tedio cuando el mundo tiene sentido y se presenta con cierta lógica. Es como si la paz fuera una aspiración fingida por la vocación guerrera que sufrimos por disposición de nuestro ADN.

Es un hecho. Vivimos en un momento de profundo caos. Lo acaba de decir Cristina Gallach, antigua secretaria general adjunta de la ONU y miembro de la Global Women Leaders Voices.

«Es un caos que, por las interconexiones de la globalización, afecta a todos los aspectos de nuestras vidas públicas, la economía, las instituciones políticas. Todo el mecanismo de orden que nos habíamos dado está profundamente alterado por las circunstancias. La Cumbre del Futuro es una ocasión, un posible punto de partida, para dar impulso a reformas que son necesarias para afrontar con mayor eficacia la situación», destacó.

Sin duda no es casual que la primera acción de los dioses en esos libros fundacionales haya sido, poner orden. Eso queda claro, por ejemplo, en el Génesis bíblico cuando describe que «la tierra (al inicio) estaba desordenada y vacía y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo». Frente a esto, «dijo Dios: Sea la luz y fue la luz».

El orden se convierte así en una aspiración ética. Estamos aprovisionados para ello. La razón es una facultad ordenadora que bien utilizada (menudo lío) puede ser un verdadero instrumento. Lo digo así, usado inteligentemente, porque no faltan los vendedores de orden, desde los que nos timan a través de las ideologías hasta los que nos quieren dirigir por medio de algoritmos y las falsas aproximaciones de la realidad.

Nosotros mismos podemos producir nuestros propios embustes y justificar el desmadre personal. Puede que incluso nos consolemos en el caos generalizado y capitulemos porque «es lo que hay», aceptando el extravío como una ley a la que nos han sometido los dioses.

No es ese el camino, me parece. El proyecto humano va en sentido contrario al desorden. Asumirlo es la tarea que condiciona una existencia que merezca ser vivida.

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