Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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«Y serán libres, dijeron los señores de Xibalbá»

Participé hace días en un evento literario en que presenté el más reciente libro del poeta guatemalteco Gustavo Bracamonte, su título, «Las deidades del amanecer». La actividad me gustó porque suelo disfrutar los espacios donde se habla de literatura y porque es la ocasión para compartir mis propias perspectivas en la espera de atraer y hacer aliados de mis convicciones.

Indiqué en primer lugar que la inclinación por conocer eso que los filósofos de la religión llaman «lo inefable» se encuentra en los orígenes de la humanidad. Cicerón concluía que podía ser una prueba irrefutable de la existencia de esa esfera trascendente que los hombres reconocen desde su experiencia personal primera.

Me referí a «Lo santo» como lo llamaba Rudolf Otto y caractericé desde su exposición teórica ese sentimiento extendido de los que creen: la experiencia del «Mysterium tremendum et fascinans», el sentimiento de dependencia, el misterio como totalmente otro, el misterio como santidad absoluta y el misterio como realidad ontológicamente suprema, entre otros. Así, el tema divino ha estado presente también en la tradición filosófica.

Todo esto para decir que, aún cuando el texto del poeta era más bien plano, o mejor dicho sin intención referida hacia lo «numinoso», encontraba trazos que me interesaba evocar. Sí, es una especie de manía que me lleva a encontrar resabios religiosos aún en lo profano, inventando excusas como que la ausencia es también presencia o casi una forma de nostalgia de lo voluntariamente olvidado.

Lo que en verdad es el texto es un comentario poético al Popol Wuj según la traducción de Sam Colop. Es un ejercicio de reinterpretación, pero también de lectura actualizada conforme la realidad contemporánea. Bracamonte se erige como profeta pagano que denuncia la iniquidad del mundo pretextando el libro maya k’iche’.

Así, el libro es una afirmación de valores que combina con la denuncia de la realidad. En primer lugar, se abre con el acto creador de los dioses en el que el elemento figurativo es la luz. Las divinidades son autores de la vida que a la vez ponen orden al caos. Prevalece en esta narrativa inicial la idea de una racionalidad en un mundo armonioso.

Sin embargo, la realidad es compleja. Por ello, como en un juego dialéctico, aparece también la oscuridad, la transgresión, el dolor y la muerte. El cosmos se convierte por ese motivo en un lugar de deshumanización donde triunfan los poderosos. Todo desde un proyecto calculado que favorece la servidumbre, aniquilando primero a los jóvenes.

«Anestesiaron a los jóvenes,

Cercenaron la imaginación y el arrojo

Construyeron murallas eléctricas para proteger su ego

Hurtaron grandes extensiones de lo vital».

Frente a ello, el poeta, desde un horizonte escatológico, se pregunta «¿Cuánto falta para amanecer?». Clave figurativa de un optimismo realista que renuncia al abatimiento. De ese modo, no duda en la victoria de la justicia, pero no solo la invoca. Juzga necesaria la lucha desde la fuerza social. La comunidad es la garantía.

Bracamonte se abre a la esperanza con ese sentimiento del héroe que conoce su destino. La claridad, no obstante, no es producto de una providencia que interviene interrumpiendo las leyes de la naturaleza. Más bien su concurso es a lo sumo indirecto, a través del ejercicio de las facultades procurado a cada uno. Ese parece ser el «quid» de la existencia: aligerar un mundo nuevo.

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