Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Poco se oye hablar en nuestros días de Charles Darwin. Las revistas y los libros ya casi no se ocupan de su -en su día- flamígera figura ¡y cuánto mito tumbó! ¡Y cuántas novedosas teorías hizo vibrar a partir de sus investigaciones! ¡Y a cuántos hizo temblar, empezando por las diversas iglesias cristianas!, que vieron derrotados y derrocados por los suelos sus dogmas; y sus misterios botados por la pluma de Darwin serena y calma y sin pretensiones metafísicas, pero aniquiladora de metafísicos de Platón a Kant.

Por supuesto que no lo hizo él solo. Atrás de Darwin están Buffon y Lamarck (que ya habían oteado nuestra ascendencia animal y evolutiva) en el campo de las ciencias naturales. Y en el área de la filosofía y las ciencias  humanísticas y sociales: Voltaire, Diderot y toda la rebelde y apasionada (aunque no lo parezca) Ilustración que hizo temblar tanto al trono –como al ara- en su labor devastadora de mitos de la Enciclopedia y de la nunca bien dimensionada Revolución Francesa.

No es en realidad Nietzsche –en el siglo XIX- el único que afirma que “Dios ha muerto”. Nietzsche solamente lo vocifera. Fueron las teorías de Darwin (gran suma de sumas investigativas) las que demostraron que el hombre no fue creado a imagen y semejanza de Dios –como dice la Biblia- sino que es producto de la evolución de las especies y de las distintas formas que la materia en el planeta Tierra ha asumido por la combinación de elementos y ambientes ad-hoc para producirla. Materia y energía (que es lo mismo) eternas y que están en el universo no se sabe por qué ni desde cuándo. Son cosas que nunca sabremos por más dioses que inventemos a nuestra imagen y semejanza.

Darwin no se inserta y teoriza en el campo de la moral (aparentemente) pero otros como Paul Ree y Nietzsche (el primero con su libro “El origen de los sentimientos morales” y Nietzsche con “Genealogía de la moral”, “Más allá del bien y el mal (y otros textos) tenían por fuerza que suponer e inferir que si el hombre es el casualmente trágico producto de una evolución y no la estatua de una creación hecha por Dios, tampoco la moral, la ética y los conceptos de “bien y mal” nos fueron dados por Dios (a la manera del mito de las tablas de la ley mosaica) sino inventados por quienes para su conveniencia les es útil decir ¿qué es lo bueno? ¿Qué es lo malo? ¿Cuáles deben ser las normas morales y, sobre todo, los valores?

Ree, Nietzsche, Freud ¡Schopenhauer!, recogen la bandera de Darwin urdida por Buffon, Lamarck y los enciclopedistas –entre otros- y se lanzan a destruir (en un gesto que anuncia a los Dadá del arte y la literatura) todo el pasado metafísico, ontológico y ético-moral, pero partiendo de la base verificable y comprobada –según los estatutos de la ciencia- de la teoría sobre el origen de las especies de Charles Darwin que  no parece tener toda la pólvora que en realidad contiene…

¡Dios ha muerto!, vociferó Nietzsche con esa pasión que Dioniso ponía en su sangre, pero de pie sobre la base sistemática que Apolo insuflaba a Darwin. Con ello no quiso decir más que esto: La moral tradicional no existe. No hay una base metafísica para sostenerlo. No existe un Dios (que esté tan desocupado como para meterse en todos nuestros negocios) que haya dispuesto de antemano y desde siempre ¿qué es bueno? ¿Y qué es malo?

Por tanto, desde Platón a Kant hay que revisarlo todo para darnos cuenta de que la filosofía (basada casi siempre en la teología) han sido una sirvienta más de quienes tienen tanto poder en la Tierra como para decidir ¿qué es el bien y qué es el mal? Y posicionarse más acá del bien y del mal.

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