María José Cabrera Cifuentes
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Hace ya algún tiempo cuando en los días imperaba la tormenta y el viento quemaba la piel, existió una mujer llamada Luna, acá narro su encuentro e historia con un demonio, al que ella con toda su alma permitió poseerla.

Luna era una joven y exitosa profesional quien a pesar de su candidez, emanaba un liderazgo y un encanto indescriptibles. Brillaba su mente, brillaba su futuro, brillaban siempre sus ojos por algunas lágrimas que sin éxito trataba de ocultar por las mañanas mientras sorbía un café negro y amargo, como lo que quedaba de su corazón.

Tiempo atrás, Luna buscaba a su Sol, jamás creyó en que tenía luz propia para resplandecer. Aunque todos le aplaudían y le decían cuan valiosa la encontraban, ella siempre pensó que solo era capaz de reflejar la luminiscencia de una estrella mayor.

Y así un buen día lo encontró, a un astro gigantesco y abrasador, quemante y enceguecedor, que evaporó con su radiación su esencia, oprimiéndola hasta el suelo hasta que no quedó de ella más que una sutil transparencia.

Comprendió que su sustancia era molesta por lo que no dudó en cambiar su imagen, dejar a sus amigos, apartarse de su familia con tal de conservar a ese hombre, al principio, encantador.

Sufrió engaños, sufrió insultos, sufrió también algunos golpes, pero la dulzura de los buenos momentos cubría de miel los amargos tragos de hiel. Finalmente había sido rescatada, por lo que se sentía feliz de poder apagarse para que en ella viviera un ser supremo.

Recuerda todavía, quizá con demasiado dolor, el día en que él le gritó el primer insulto, aquellas veces en que sus feroces fauces llenas de espuma propulsaban iracundas gotas de saliva que le quemaban el rostro. No olvida el primer moretón que por celos marcó en sus brazos y que quedaría tatuado en su alma para siempre.

Recuerda también angustiada, las veces que tenía que secar sus lágrimas y disfrazarse de superheroina para ir a rescatarlo de sus vicios, arrancarlo de lo que lo estaba perdiendo y por lo que solo ganó desprecios y maltrato.

Resuenan los gritos de terror que emanaron de sus labios la primera vez que enroscó sus dedos como garras alrededor de su cuello, mientras ella rezaba para que no extinguiera su vida, pensándolo mejor, al encontrarse con este ser su vida ya estaba extinguida por su propia elección, quedaba simplemente un agobiante hedor a podrido que con ahínco intentaba apoderarse de sus escasos restos.

Con culpa piensa en aquel insulto que le rebalsó el vaso aquella única vez, aquel que significó que cansada y furiosa desfigurara la faz que tanto amaba. Recuerda lo liberador que resultó cada golpe, cada grito, cada seña que dejó en su rostro; pero… llora aun al revivir lo que sintió después, cuando se retorcía del dolor que le causaba haberlo lastimado.

Y así pasaron los días, los meses y los años, y Luna vivía con la esperanza de que su hombre cambiara algún día. Vació su cabeza de ideas porque sabía que tanto de ella misma resultaba ofensivo, vació su cartera para entregar hasta el último centavo, vació su círculo de amistades, vació sus principios para someterse a lo que él demandaba, vació su dignidad hasta que cayó la última gota.

Convertida en una piltrafa, Luna se arrastraba durante el día, buscando encontrar consuelo, buscando que en algún momento aquellos ojos fríos e inexpresivos reflejaran algo cercano a un poco de estima, luchando incansable aunque llegó a creer que no lo merecía. Cansada, agotada, seguía nadando contra la corriente, tratando de pelear por el amor de su vida, pero aquel mar furioso la seguía envolviendo y la lanzaba de un lado a otro orgulloso de su poder. (Continuará)

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