Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
Cuando Alejandro Maldonado Aguirre, un hombre del y para el sistema, asumió el poder dijo que el sistema (valga la redundancia) era perfectible, que impulsaría los cambios que necesitaba el país para que el Congreso pudiera ejercer su papel.
Muchos, no todos, dijeron que era necesario darle el beneficio de la duda, que si fallaba, fallaba Guatemala y que por eso había que apoyarlo e incluso hubo algunos que se atrevieron a decir que como no llegaba por una campaña plagada de financistas, las cosas serían diferentes.
Hoy, viendo los resultados, podemos concluir que Maldonado Aguirre no ha movido un dedo para impulsar los cambios al sistema, que se ha dedicado no solo a entretener la nigua, sino además ha sido muy efectivo para apretar un par de tuercas que aseguren estabilidad del sistema, tal y como está.
Maldonado no solo dejó a gente indeseable e inescrupulosa en el poder, sino que además llevó a personajes con pasado comprometido o con relaciones en el más bajo de los mundos. Después de Ramiro de León Carpio, nunca hubo una oportunidad como la que tuvo Maldonado Aguirre para romper este molde de impunidad.
Y eso nos genera grandes similitudes con lo que ahora dice Jimmy Morales, pues se expresa comprometido con los cambios al sistema, alguna gente pide que se le dé el beneficio de la duda y se le apoye, pero él demuestra con hechos todo lo contrario, dice que solo puede apoyar (no impulsar) los cambios y se ha aliado con gente que hará lo mismo que ahora con Maldonado, es decir, lo suficiente para despistar al enemigo cuando en realidad serán celosos guardianes del estado actual de las cosas.
Los nombramientos en la Dirección General de Inteligencia Civil (Digici) podrán haber sido un pacto entre Maldonado y Morales, pero más que eso, son el cumplimiento de compromisos adquiridos con los amos de la impunidad, que ven en el presidente actual y el electo, instrumentos para minar la lucha contra la impunidad y la corrupción.
Llevo varios días diciendo que nos quieren dar atol con el dedo haciéndonos creer que con discursos, parches o medicinas caseras podemos erradicar este sistema que durante años se ha ido perfeccionando para ser una herramienta perfecta que aventaja a los más cochinos.
Maldonado es como aquel periodista que denuncia porque nunca le dan lo que pacta en las campañas de los candidatos ganadores, es decir, un personaje que pretende hacernos creer que es del bando de los buenos, cuando la verdad es un operador de los que no desean cambios.
Y ese es el gran riesgo que tenemos con Morales, pues por lo visto querrá repetir la receta de dinosaurios del Congreso que pretenden que estemos satisfechos con parches y discursos a medias, cuando al día de hoy, su calidad de outsider la ha utilizado para navegar con bandera de perdido, aunque de eso no tiene ni un pelo.
Si la oportunidad de Maldonado fue especial, qué decir de la de Morales cuyo mandato popular fue de la de combatir la corrupción y no solo ser un tímido espectador que pregunta, ¿quién modifica las leyes? Sí, el Congreso, pero ¿quién puede impulsar los cambios? Él.
Morales como Maldonado, saben lo que necesita el país; ambos son inteligentes y si Maldonado no lo hizo, no fue por nada más que por sus compromisos con los poderes paralelos y si Morales repite la receta, será por lo mismo.
En el momento más definitivo de nuestra historia reciente, Maldonado será recordado por no haber tocado el sistema y por haberle dado un par de ajustes. Si no fuera por el proyecto de “Mi querida Familia” y por el profesor Ramírez, no habría absolutamente nada que destacar y eso que en teoría, durante su presidencia nos jugábamos el futuro del país.