Luis Fernández Molina
Pocos habitantes de metrópolis americanas pueden presumir que conviven en medio de herencias de los antepasados, entre sitios verdaderamente antiguos y además correspondientes a épocas diferentes, en pleno siglo XXI. En ciudad de Guatemala tenemos el cerro de la Culebra y el acueducto. El primero fue construido en épocas anteriores a Cristo y el acueducto se edificó a los pocos años del traslado de la ciudad a este valle de La Ermita poco después que los terremotos de 1773 que destruyeron la entonces capital del reino de Guatemala. Nadie sabe con exactitud para qué los antiguos pobladores se dieron –a la entonces colosal– tarea de construir ese montículo que tiene varios kilómetros y que baja de Santa Catarina Pinula hasta, presumiblemente, el sector de Miraflores (hoy día Calzada Roosevelt, por colonia Miraflores y Tikal Futura). El acueducto, montado sobre el montículo, de ladrillo visto, es una típica construcción hispana de la época (muy del estilo romano); se utilizaron ladrillos y no piedras porque no había canteras cercanas.
Pero hay más; en medio de la abigarrada población del sector occidental (salida al altiplano) se encuentran como asfixiadas por el ensanche las ruinas de Kaminal Juyú. El nombre no es original, esto es, que no lo conocían ni pronunciaban así sus antiguos pobladores. El término se le aplicó en los años 30 del siglo pasado y significa: “Juyú” es cerro, y “Kaminal” es una derivación del término muerte o muertos; por lo mismo es “Cerro de los muertos”. Ello porque cada vez que los buscadores de tesoros excavaban encontraban osamentas.
Para muchos capitalinos Kaminal Juyú no es más que un espacio verde, una especie de parque de los que tanta adolecemos en la capital. Otros habitantes saben que en ese lugar hay ruinas y excavaciones científicas. Escuelas y colegios –muy pocos por cierto– llevan de excursión a sus alumnos. El nombre se nos hace familiar por una colina que se desarrolló allí hace unos 50 años. Poco más se sabe de ese extraordinario lugar.
En su programa regular de promoción cultural el Museo Popol Vuh de la Universidad Francisco Marroquín, invitó a la doctora Bárbara Arroyo para una conferencia sobre los últimos hallazgos en el sitio en las recientes excavaciones que ella dirigía. Nos brindó Arroyo una entretenida y enriquecedora plática que por momentos nos situó en algunos de los muchos períodos de bonanza de ese sitio. Cuando los templos estaban pintados de color rojo y el mercado estaba lleno de comerciantes que venían a comprar herramientas de obsidiana (no manejaron los metales), o jade a cambio de cuentas de cacao. Casi veíamos el lago que entonces había, con sus jardines colgantes estilo chinampas de Xochimilco.
El desarrollo incontenible y la avaricia –más incontenible– han arrasado con los vestigios arqueológicos de la ciudad. Pero algo quedó, se mantiene una esperanza ya que de casi 150 montículos se han rescatado unos 35. Gestiones como las que lleva a cabo el equipo de Arroyo mantienen viva esa llama que indaga nuestro pasado para ir iluminando nuestro futuro. Han embellecido el parque. ¿Lo ha visitado usted en los últimos 5 años?
En ese mismo contexto mantengo algunas dudas que los arqueólogos no me han resuelto: 1) Si en Miraflores había un lago entonces ¿para qué un larguísimo montículo que llevara agua en canal desde Pinula? ¿Acaso no había mejores y más cercanos manantiales del lado de Mixco? 2) ¿Para qué levantaron el acueducto los españoles por el hoy boulevard Liberación, rumbo poniente, cuando la ciudad estaba varios kilómetros al norte (parque central)? 3) Los habitantes de Kaminal Juyú ¿Eran mayas?