Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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La primera vez que escuché eso de «es lo que hay» quizá no fue en México, pero estoy seguro de que fue el momento exacto en que reparé en su significado. Nunca me ha gustado la expresión, la siento demasiada capitulante cuando podríamos imponer un estado de oposición a la realidad que, ya lo sé, se nos impone.

Es curioso que a veces destaque entre nosotros ese pragmatismo fácil con el que conformamos nuestras vidas. La resignación perezosa frente a los obstáculos. Una especie de anemia de la voluntad por el que «dejamos pasar y hacer» en temas que merecerían la pena desenvainar la espada en pos de realizar las utopías.

Además, la conducta frecuentemente es contradictoria porque damos batalla a menudo en cuestiones nimias. Cuántas veces no hacemos cruzadas para reivindicar pequeños caprichos o devolver agravios (del tamaño que sea) con arsenales pesados. Ahora sí, sacamos las bombas y con desmesura aplastamos sin que medie consideraciones de afecto.

A mi modo de ver, vivir desde «el principio de esperanza» como sugería Bloch comporta una actitud distinta. Se trataría de una milicia contra la adversidad desde la convicción de que nada es definitivo. Quizá apostando por el futuro a sabiendas de que es posible impactar el mundo con acciones concretas. Alejando de nosotros tanto la poltronería como la imaginación que nos hace suponer una providencia interventora.

Obviamente los milagros son posibles (no los excluyo), pero hay que hacer lo que nos corresponde. Salir, enlodarnos y sudar. Sin embargo, el «todavía no» de Bloch brillará por su ausencia sin esa actitud utópica. Aquí los cristianos tendrían que darnos el ejemplo, pero a veces son los primeros en vivir ese desapego dañino de lo que juzgan profano.

Al menos en esto era admirable el buen Karl Marx. Se aferraba a la utopía, desde un «principio de realidad» ejemplar. Llegó incluso a amonestar a los filósofos en su célebre «Tesis sobre Feuerbach»: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».

Conformarnos con «lo que hay» no nos hace mejores. Debemos oponernos a la impotencia. Así como lo decía Bloch: «Solo un mundo en el que los hombres no caminen con la cabeza baja, sino con los ojos elevados hacia lo que puede ser, es un mundo digno del hombre».

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