Salvo contadas excepciones, nuestro país no ha sido gobernado por autoridades sustentadas en partidos políticos consistentes. Para esos gobiernos, los partidos políticos que los condujeron al poder solo fueron el vehículo para lograrlo; esto es, para “jugar legalmente a elecciones y a democracia”.
Históricamente, los partidos políticos nunca han servido para más que eso: para juntar los votos necesarios. Podría desmentirse esta hipótesis si se llegara a encontrar suficientes personas que, no pertenecientes a la élite de los partidos, pudieran dar testimonio de su participación en reuniones de partido en las que pudieron manifestar su opinión, su voz, y alguna de las ideas de esa “población de a pie” haya sido considerada por parte del círculo de los “dueños” para la toma de alguna decisión trascendente…
Saltándonos muchos de los detalles, existen algunas cuestiones que es importante recordar hoy para apreciar con mayor claridad e imparcialidad el escenario del momento y no confundirnos a la luz de críticas inconsistentes e ingratas.
Se critica actualmente la evidente carencia de cuadros calificados y competentes por parte del equipo gobernante y, consecuentemente, del partido político al cual se deben (¿). No es necesario incursionar con profundidad en ese tema. Es suficiente con recordar que esa exigencia (¿) no se le ha planteado de igual manera a los anteriores gobiernos. A ninguno se le ha exigido que gobierne a partir de cuadros propios, surgidos de sus “canteras” (como se suele decir en el deporte).
Como que se nos ha olvidado cómo era “antes” y cómo la misma práctica se ha ido repitiendo, aunque con el uso de tecnologías cada vez más actualizadas. “Antes”, lo común era escuchar en la noche del día en que se oficializaba el candidato-partido ganador, vehículos con algún grado de elegancia circulando a grandes velocidades por las calles de la ciudad y de las colonias más privilegiadas conduciendo en su interior a mensajeros varios con el propósito de visitar las casas de los personajes a quienes, en ese momento, se les llegaba a preguntar si estaban dispuestos a asumir las diferentes carteras ministeriales, los puestos y posiciones más importantes sujetos de nombramiento por las autoridades recién electas…
Posteriormente, se empezó a utilizar el teléfono; actualmente, los e-mails y los chats. Siempre, en un proceso de completa improvisación; manifestación inequívoca de la no existencia de ninguna organización política de carácter conceptual o programático que se pudiera denominar “de sustento” y, mucho menos, de cuadros conocedores de programas de gobierno, etc.
El día de hoy, es increíble cómo surge una recua de analistas y de comentaristas que se pintan a sí mismos como serios y han dado por exigir al actual gobierno algo que nunca antes se exigió a ninguno… Algo que, por supuesto, no exime de responsabilidades … “Mal de muchos, consuelo de tontos”, apunta el dicho, y esa no es la intención de estas ideas.
Lo que debe interesar es constatar cómo, en el pasado, se consideraba natural y se consentía que los gobiernos se constituyeran de manera improvisada … y, en la actualidad, ya no. Como que, de la noche a la mañana, nuestro país se hubiera convertido en una democracia antañona (¡Inglaterra, quizá!) y el actual gobierno se debiera sustentar con el empleo de sus cuadros, de su ideología, … sin percatarnos de que, a duras penas logra subsistir como tal; que incluso existe una dinámica avanzada que lo que persigue es borrarlo del mapa …
En términos de lo que es la Política real, probablemente no sea equivocado pensar que el gobierno actual no es diferente a los tradicionales en términos de que no es un gobierno de partido.
Para los actuales gobernantes, el partido no pareciera existir y no pareciera, tampoco, pensar en sustentarse en él. Algo que es del todo natural porque, en efecto y en realidad, ese partido no existe como organización capaz de articularse y mantener una comunicación que realmente alimente al Gobierno de alguna manera. Una comunicación, por ejemplo, en términos de velar de manera consecuente por el cumplimiento de los planes de gobierno, de los principios partidistas, de manera clara.
En este punto, no está demás decir que, en los países con tradición democrática y partidos sólidos, los gobiernos de turno se apoyan y se sustentan en sus partidos. Algo que incluso ocurre en los países con sistemas democráticos parlamentarios, en los cuales lo más frecuente es que los gobiernos se conformen a partir de coaliciones multipartidarias.
Otra cosa es el hecho de que, por fortuna y sin necesidad de ningún recordatorio, el gobierno actual sí está caminando en el sentido de preparar el país para avanzar hacia la consolidación de la democracia como el método para tomar las grandes decisiones; hacia llegar a tener un régimen de justicia confiable; y hacia demostrar que se puede ejercer el gobierno de una manera decente.
Es necesario entender y dejar por un lado toda esa argumentación de los que adversan al gobierno, construida a partir de extremismos ideológicos que no existen.
Es necesario entender que en este último proceso eleccionario no hubo ninguna confrontación ideológica. La explicación simple y sencilla de lo sucedido es que la dinámica que hizo posible el alcance del poder público no se debe a un Semilla con planteamientos ideológicos extremistas, ajenos a la idiosincrasia nacional y a los intereses honrados de la gente -como pregonan sus adversarios- si no a que, a la luz de la extrema indecencia demostrada durante los últimos gobiernos, se dio la coyuntura de ser ese partido el único vehículo y la única esperanza alrededor de la cual se podía aglutinar el deseo de un cambio de fondo, sin tinte ideológico de mayor significancia. Prueba de ello es que, en rigor, el partido político por el cual votó la mayoría no fue más que una pequeña embarcación que fue creciendo en tamaño porque se embarcaron en ella, con su voto y sus esperanzas, ciudadanos de las más diversas tendencias, hastiados todos -¡eso sí!- de la podredumbre. Ciudadanos animados, en primera instancia, por su pretensión de que nuestro país llegue a ser un país decente. Decente porque, al menos, demuestra ser democrático en la práctica, porque su aparato de justicia goza ya de suficiente credibilidad por parte de toda la población; y porque demuestra en la práctica que sí es posible construir hacia una administración de lo público que sea cada vez más honesta, más transparente, y más dedicada al trabajo por el bienestar de toda la nación.
En este sentido, resulta importante llamar la atención sobre el hecho de que, para garantizar el logro de las anteriores pretensiones, es necesario pensar en una continuidad en ese sentido. Una continuidad que, en rigor, se pueda dar bajo gobiernos con diferentes matices ideológicos, pero comprometidos todos ellos con la necesidad principal de dedicar sus esfuerzos a continuar con un trabajo orientado en consolidar el sistema democrático, a alcanzar la consolidación de un aparato de justicia que goce de credibilidad; y que se siga demostrando que sí es posible construir hacia una administración de lo público que sea cada vez más honesta.
En el sentido de lo anterior, es necesario reflexionar sobre la mejor manera de actuar en este momento histórico en el que nos encontramos y en el cual es necesario garantizar la continuidad de una gobernanza de necesidad nacional a partir de una situación de excepción. Situación de excepción porque, por un lado, es muy difícil pensar y pretender que la cúpula gobernante se preocupe y disponga de energía para consolidar un o el partido que necesita el país y, por el otro, porque es difícil consolidar un movimiento, ajeno a esa cúpula, que se encargue, con entusiasmo y con fuerza, de construir ese partido o, mejor tal vez, ese movimiento que necesita tener Guatemala para que el ejercicio del poder sea mandado o encargado por bases sólidas, claras, consistentes y organizadas.
Probablemente, la solución más llana a este aparente intríngulis sea la de desentrampar la acción del movimiento o partido deslindándose su actual dirigencia (ocupada en la actualidad en la responsabilidad de ejercer la administración pública) cediéndola a terceros. A la espera de que el movimiento o partido liberado se llegue a consolidar como una fuerza que mantenga la bandera de la renovación que ha emprendido el actual gobierno y sea pieza principal para que la enseña del saneamiento democrático-republicano del país continúe enarbolada.