Luis Enrique Pérez

El día 25 de junio del año 1992, el Papa Juan Pablo II aprobó un nuevo catecismo de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. El día 11 de octubre de ese mismo año, ordenó que el catecismo fuera publicado. El nuevo catecismo no pretendía ser meramente romano, como el que había aprobado el Papa Pío V, en el año 1566. Era un catecismo destinado a toda la comunidad cristiana, cuyo propósito, como dijo Juan Pablo II, no era solo “condenar los errores de la época, sino sobre todo, tratar serenamente de mostrar el poder y la belleza de la doctrina de la fe.”

El nuevo catecismo satisfacía una solicitud del Concilio Ecuménico Vaticano II, que comenzó en octubre del año 1962. En el discurso inaugural de este concilio, el Papa Juan XXIII expresó: “Nuestra tarea es dedicarnos, con sincera voluntad y sin temor, a aquella obra que nuestra época demanda, de tal manera que la iglesia pueda proseguir la ruta que ha seguido durante veinte siglos.” En noviembre de 1965, en el discurso de clausura de este concilio, el Papa Paulo VI expresó que el propósito había sido “la renovación del pensamiento, de la acción, de la práctica y de la virtud moral, y del gozo y de la esperanza de los pastores y de los feligreses.”

En enero del año 1985, el Papa Juan Pablo II afirmó: “El Concilio Ecuménico Vaticano II siempre ha sido, particularmente durante los años de mi pontificado, la guía permanente de cada una de mis acciones pastorales”; y convocó a una asamblea extraordinaria del Sínodo de Obispos. El propósito era “celebrar las gracias y los frutos espirituales del Concilio Ecuménico Vaticano II, estudiar más profundamente sus enseñanzas con el fin de que ellas puedan ser objeto de una mejor aceptación entre los devotos cristianos, y promover el conocimiento y la aplicación de esas enseñanzas.” En diciembre de aquel mismo año, la asamblea comunicó al Papa “el deseo de que sea elaborado un catecismo, o compendio de toda la doctrina católica, sobre la fe y la moral.” El catecismo debía contener la doctrina bíblica y litúrgica, y ser útil “para la vida presente de los cristianos.”

El Papa Juan Pablo II creó, entonces, una comisión de cardenales y obispos, dirigida por el cardenal José Ratzinger, para preparar el solicitado catecismo. El proyecto que la comisión propuso fue aprobado el 25 de junio del año 1992, y publicado el 11 de octubre de ese mismo año. Es el catecismo actual. Tiene cuatro partes: “la profesión de fe”, “la celebración del misterio cristiano”, “la vida en Cristo, y “la oración cristiana”. La tercera parte tiene una sección denominada “Los diez mandamientos”. Esta sección, a su vez, contiene un capítulo sobre el quinto mandamiento, que manda no asesinar.

El catecismo reconoce el derecho de legítima defensa, y cita esta tesis de Santo Tomás de Aquino: “El acto de autodefensa puede tener un doble efecto: la preservación de la propia vida, y la muerte del agresor. El primer efecto es intencional. El segundo no lo es.” El nuevo catecismo afirma: “Quien defiende su vida no es culpable de muerte, aun si es obligado a propinarle a su agresor un golpe mortal… Con el fin de preservar el bien común de la sociedad es necesario impedir que el agresor pueda causar daño. Por esta razón, la enseñanza tradicional de la Iglesia Católica reconoce que es válido el derecho y la obligación que tiene la legítima autoridad pública, para castigar a los malhechores mediante penas que guarden proporción con la gravedad del delito cometido. No se excluye, en casos de extrema gravedad, la pena de muerte.” Adviértase, por favor, que no se excluye la pena de muerte.

Post scriptum. Hay que reiterar infatigablemente que, como afirma el rabino José Telushkin en “Literatura Judía”, y Kenneth C. Davis en “Usted no sabe mucho sobre La Biblia”, que el mencionado mandamiento bíblico, correctamente traducido, significa “No asesinarás”.

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