Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Cito y comento a continuación una de las más importantes ideas que el conocido político y planificador chileno, Carlos Matus (1931-1998), expresa en una muy interesante entrevista (Ciencias y Métodos de Gobierno, realizada para el programa Dialogando y que se puede consultar en YouTube). Esta se refiere a la gran cuestión de ¿por qué no funcionan los sistemas políticos en Latinoamérica?, y está al acceso de cualquier interesado.

Matus es claro y enfático al apuntar, de manera genérica:

“[…] la política está desenfocada de los problemas de la gente. La política genera sus propios problemas y los políticos se dedican a resolver los problemas de la política y NO LOS PROBLEMAS DE LA GENTE […]”.

La anterior sentencia puede evocar gran cantidad de ejemplos concretos que abonan a estimar que aplica también en nuestro país.

Una manera relativamente fácil de darnos cuenta de lo anterior, es repasando los periódicos escritos (para no complicarla con el estudio y la evaluación de entrevistas radiales o televisivas) buscando allí la opinión vertida por políticos sobre los temas que van mereciendo su atención. Pero, también, recordando las tantas veces que hemos sido “teleauditorio” de programas en los cuales se entrevista o se requiere la opinión de políticos en diferente nivel o estado de actividad.

Pienso que son varios los asuntos que deberían llamar nuestra atención al escuchar a los políticos expresándose en esa su calidad. Personalmente, atiendo tres: a) el tipo de problemas o asuntos que ocupan su atención (que es el aspecto que más preocupa a Matos), b) la manera en que vinculan (o no) las opiniones que ellos expresan, al pensamiento o posición de fondo de sus partidos, y c) el modo predominante que utilizan para demostrar la validez de sus argumentos.

Si se pone atención al primero de los aspectos (el tipo de problemas que ocupan la atención de los políticos en activo), los asuntos que más les interesa (así como lo señala Matus) giran alrededor de lo que podría llamarse “la interminable lucha de poder” entre personas, entre partidos, entre bloques… tratando cada uno de demostrar que es el más gallo y ganador de la pelea. Se les olvida que la lucha por alcanzar el poder político ya se resolvió en las urnas y, ahora, lo que toca es preocuparse por la mejor manera de satisfacer las necesidades de la población que los votó.

En el segundo aspecto (“falta de referencia al pensamiento o posición de sus partidos con respecto a los temas que abordan”) lo preocupante es que, el hecho de olvidar el sentimiento y la inteligencia de las bases de sus partidos alrededor de los cuales se organizaron, tiene significados que no se deben pasar por alto. Definen, de manera importante, la forma en la cual finalmente son percibidos los políticos a título personal y como gremio (la política). Son asuntos todos que tienen relación directa con el prestigio del que puedan gozar y de la confianza que pueden despertar en el seno de la población activa.

Relegar los intereses, las posiciones, la ideología de sus partidos significa considerar como “inexistente” al conglomerado de personas que en su momento constituyeron la fuerza (los votos) que les han hecho ocupar puestos (por ejemplo, diputados al congreso, alcaldes, etc.) y, lo que es aún peor, poner en total evidencia que los eslóganes, que los programas partidistas y los discursos solamente tuvieron como objeto atraer a tontos útiles (porque votan).

En el tercer caso, el que se refiere al modo predominante que utilizan los políticos para demostrar la validez de sus argumentos, es importante recordar el significado de lo que es la “Falacia ad hominem”. Según el Google (al alcance de todos) la falacia ad hominem es la mentira vestida de argumento con el espíritu de engañar.  Consiste en afirmar la falsedad de un argumento por haber sido dicho por alguien en concreto y no por el contenido del mismo. Es decir, se intenta desacreditar la idea por su origen, obviando la referencia o crítica a su sentido o significado en concreto; el famoso y tan común caso de la utilización de “etiquetas” para encasillar el origen de las ideas y, de esa manera, poder desechar su contenido juzgándolas a priori.

No puede resultar novedoso concluir que es necesario ponerle gran atención a la educación ciudadana para saber vivir en democracia, tener mayor criterio para juzgar y conciencia en la importancia de la obligación que tiene cada uno de participar en la administración de lo público y el diseño del futuro. Y agregar (¡insisto!): la importancia que tiene la participación seria de los periodistas y los medios de difusión en la tarea de forzar o inducir a todos a razonar sus posiciones; sobre todo a los políticos.

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